KOSTAS
Su sonrisa y esa chispa en sus ojos son todo el combustible que necesito. Suelto el cuerpo de Melisa, pero solo para acercar mi boca a la suya. La beso.
El beso es profundo, inmediato. No es tierno, es una exigencia. Consumo el sabor a ella, el perfume, el alivio de saber que el mundo exterior con su pólvora y sus traiciones no existe en esta habitación. Ella me envuelve con sus brazos, su cuerpo suave contra mi traje manchado. Por un momento, el agotamiento, el disparo, Persia, e incluso el cáncer llamado Herodes, desaparecen.
Yo soy Kostas. He enfrentado a hombres con cuchillos y fusiles sin pestañear. He ordenado ejecuciones sin sentir una puta pizca de remordimiento. Nunca he temido a nada. El miedo es para los débiles.
Pero mientras la sostengo así, mientras siento su vida y su calor respondiendo al mío, una sensación fría, completamente nueva, me recorre la espalda. No es el miedo a la muerte, es algo mucho más jodido.
Tengo miedo.
Tengo miedo de estos sentimientos que el