MELISA
Al salir, la luz del pasillo me revela el desastre: mis manos, mi albornoz, y la parte inferior de mi pijama están manchados con la sangre de Nick.
Desvío mi camino. En lugar de ir hacia la escalera, me dirijo a mi propia habitación. Lo hago a toda prisa, sintiendo la urgencia de la crisis pisándome los talones.
Cierro la puerta tras de mí, más por costumbre que por privacidad. Arrojo la ropa sucia a la canasta y me acerco al lavabo. Abro el grifo con fuerza y me lavo las manos con jabón, tallando la piel con brusquedad, intentando quitarme no solo la sangre, sino la tensión del último cuarto de hora.
Aún estoy secándome las manos, sintiéndome ligeramente más estable, cuando la puerta de mi habitación se abre de golpe.
No toca.
Es Kostas. Sigue sin camisa, solo con los pantalones puestos. Su pecho, aún tenso por el deseo interrumpido, ahora irradia una furia fría y concentrada. Me mira a mí, luego a mis manos recién lavadas, y finalmente a la bolsa de medicamentos que he dejado