Dejo el despacho, y el aire fresco del pasillo no hace nada por aliviar la presión que se instala en mi cráneo. Un dolor sordo martillea en mis sienes, y la herida en el costado se siente como una punzada constante.
Mis Antonegras están haciendo el cambio de turno. Uno de ellos, Elsia, mi caporegime, se me acerca. Su rostro es una máscara de profesionalidad.
—Don, tenemos los últimos movimientos del operativo.
Asiento, mi mente luchando por concentrarse. El dolor me impide pensar con claridad.
—Mañana. Mañana continuamos.
Él asiente y se aleja sin una palabra, sabiendo que no tolero la falta de concentración. El solo hecho de pensarlo me produce más dolor y subo las escaleras con algo en mente ya. Me cambio de ropa rápidamente, poniéndome pantalones cortos y una camiseta, Pese al dolor, no me doy el lujo de descansar.
Bajo al gimnasio corro en la caminadora, sintiendo la herida en mi costado protestar con cada paso. El dolor se agudiza, se vuelve una quemadura, pero no me detengo. No