MELISA
El aire en el gimnasio se siente extrañamente pesado, denso, cargado de una tensión que nunca antes había percibido. Estar encerrada con Kostas en un mismo sitio, y él sin camisa, no es una situación normal para mí, o al menos, no una que mi cuerpo sepa cómo manejar. Mis ojos, a pesar de mi intento por mantener la profesionalidad, no pueden evitar desviarse hacia la pequeña mancha de sangre que se asoma en su costado.
Él se recuesta en una de las bancas para hacer pecho, y yo, en un acto casi reflejo, me arrodillo a su lado. El calor en el ambiente, o tal vez el que irradia su cuerpo, es sofocante. La cercanía me golpea como una ola, y mi mente médica se activa para revisar la herida de bala.
Intento mantener el profesionalismo, pero mi pulso se acelera con cada respiración. La cercanía de su cuerpo, la piel expuesta, los músculos tensos... Es una combinación que amenaza con romper cada una de mis barreras. Siento una punzada en la entrepierna, una sensación que ningún otro hom