Capítulo 5

Tras mi discusión con Isabelle, subi a mi habitación a descansar. Cerré la puerta con un movimiento brusco y dejó escapar un suspiro, un intento de liberarse de la tensión que llevaba cargando desde mi conversación con ella.

Mi habitación era un reflejo de su estilo moderno, luminoso y minimalista. Los muebles de líneas rectas, en tonos blancos y grises, combinaban con las grandes ventanas que ofrecían una vista panorámica de la ciudad iluminada de la cuidad.

Por primera vez en mucho tiempo, sentía que no tenía control. Isabella era un enigma, una pieza que no lograba encajar a mi gusto.

Apretó los puños, recordando la intensidad de su acalorada discusión.

—¿Cómo puede defender un matrimonio que claramente no quiere? —pensó con frustración.

Alexander Russo, el nombre le sabía tan amargo. Sabía bien quién era ese hombre, un socio leal de Carlos Martínez, conocido por su ambición y su falta de escrúpulos.

El no la merecía, no tenía idea del por qué,  pero lo que si sabía muy bien era que el solo quería casarse con Isabelle solo por su valor estratégico para tener más poder y quién mejor que la heredera de los Martínez.

—Un matrimonio arreglado —murmuró para sí, con un deje de sarcasmo.

En el mundo al que ambos pertenecían, los matrimonios arreglados eran una herramienta de común para tener más poder, un medio para consolidar una alianzas. Lucas lo sabía mejor que nadie; él mismo había sido criado bajo esa lógica. Sin embargo, no podía ignorar la rabia y la incomodidad que sentía al imaginar a Isabelle al lado de Russo, atrapada en una vida que no quería.

Se levantó de golpe, como si el simple acto de quedarse quieto alimentara su frustración. Caminó hasta la cómoda y tomó una copa de whisky, el líquido ámbar reflejando la tenue luz de la lámpara.

Con cada sorbo del whisky, dejó que el ardor cálido recorriera su garganta. Sus pensamientos volvieron a ella a su mirada desafiante, a la forma en que se enfrentaba a él sin miedo.

Isabelle no era como las demás, eso estaba claro. Ella tenía una fuerza y determinación algo que rara vez había visto en una mujer.

—¿Qué harás, Isabelle? —se preguntó en voz baja.

Era extraño, yo no era un hombre que se dejara llevar por emociones, mucho menos por sentimientos que pudieran poner en riesgo sus planes. Pero el solo pensar en Alexander Russo reclamando la como suya, sin merecerla, hacia que me hierva la sangre de solo pensarlo y no lo entendía

¿Porque molestarme algo así?

—Ese bastardo no la merece. —Su voz era apenas un susurro, pero cargada de decisión.

sabía que no debía involucrarse más de lo necesario. Isabelle era un medio para un fin, en un juego de poder que había comenzado mucho antes de que ella entrara en su vida. Sin embargo, cada vez que intentaba pensar en ella de esa manera, algo dentro de él se rebelaba haciéndolo dudar.

Bebí el último sorbo de whisky, dejando que el ardor se mezclara con el torbellino de emociones que luchaba por reprimir. La noche se sentía más pesada que nunca, y por primera vez, no estaba seguro de cómo jugar mi propia jugada.

                          ꧁☬꧂

La luz del amanecer se filtraba a través de las gruesas cortinas de mi habitación, bañando todo con un brillo cálido que contrastaba con la frialdad y emociones  revueltas que sentía en mi interior.

Abrí mis ojos lentamente, tratando de ignorar el peso en mi pecho que había estado allí desde mi discusión con Lucas la noche anterior.

Me incorporé en la cama, los músculos aún tensos por el cansancio. Recordar sus palabras, su mirada cargada de algo que no podía descifrar, hacía que un escalofrío recorriera mi espalda.

Sabía que Lucas Romano no era alguien que se dejara dominar por emociones o sentimientos, y sin embargo, había sentido su frustración y su rabia, casi palpable, como si hubiese logrado romper, aunque fuera sido por un instante.

Suspiré, pasándome las manos por el rostro. Sabía que nuestra conversación no había terminado realmente. Ninguno de los dos había dicho todo lo que realmente pensaba, pero ¿De qué hubiera servido? Mi vida ya estaba trazada, y un destino sellado por el matrimonio arreglado con Alexander Russo, un hombre que apenas conocía, pero del que sabía lo suficiente.

—Alexander Russo...

Su nombre evocaba una mezcla de repulsión y resignación. Nos habíamos conocido en eventos sociales, siempre impecable y carismático, pero sus ojos, oscuros y calculadores, revelaban la verdad.

No era más que un hombre hambriento de poder.

Y yo era el blanco perfecto, para lograr sus planes.

Acaricié delicadamente el collar que llevaba en mi cuello, un pequeño relicario que me había dado mi madre cuando solo era una niña. Era un hermoso recuerdo de mi infancia recordando tiempos más simples, y donde todavía creía que tenía el control de mi propia vida.

—¿Cómo terminé así? —murmuré, como si el reflejo pudiera responderme.

había dejado en claro que no había lugar para las discusiónes. Traté de resistir, de argumentar y oponerme de argumentar que era lo que realmente quería, pero mi voz no pudo oponerse ante el peso de su lógica.

"𝙴𝚜 𝚙𝚘𝚛 𝚎𝚕 𝚋𝚒𝚎𝚗 𝚍𝚎 𝚕𝚊 𝚏𝚊𝚖𝚒𝚕𝚒𝚊"

Esa frase era un constante eco en mi mente. Cada vez que intentaba rebelarme, recordaba las palabras de mi padre, pronunciadas con la autoridad de un hombre que nunca había permitido que sus decisiones fueran cuestionadas.

Pero lo que más me atormentaba era Lucas. Sus palabras de la noche anterior aún resonaban en mi cabeza.

—¿Qué habría pasado si no te hubiera secuestrado noche?

—¿Hubieras firmado el contrato y sonreído a las cámaras aceptado ser la prometida de Alexander Russo?

Se que el tenía razón pero... ¿ Qué opciones tendría? Mi padre jamás lo hubiera permitido.

Lucas no entendía que mi vida no me pertenecía del todo, que cada decisión que había tomado en mi vida estaba atada a las expectativas de mi familia.

Desde que era niña lo había aprendido ser obediente, inteligente, ser perfecta, pero sobre todo ser alguien útil. Hacía todo lo que se me decía, y aún así, sentía que no era lo suficiente para ellos.

Un suave golpe en la puerta me sacó de mis pensamientos.

—Señorita Isabelle, el desayuno está listo, y el señor Romano la espera para desayunar-anunció una voz femenina desde el otro lado.

—Gracias, ya bajo —respondí, esforzándome por sonar tranquila.

Me apresuré a terminar de vestirme. Escogí un vestido sencillo, de tonos claros, era delicado, suave, fresco y me hacia sentir comoda. Mientras cepillaba mi cabello, traté de silenciar los pensamientos que revoloteaban en mi mente, como un enjambre caótico de emociones y dudas.

Lucas estaría en el comedor esperándome. Después de nuestra discusión de anoche, no estaba segura de cómo sería el ambiente entre nosotros, pero no podía evitarlo para siempre.

Apliqué un toque ligero de maquillaje, lo justo para ocultar el cansancio de la mala noche que había pasado. Miré el reloj en la pared.

No podía retrasarme más.

Con un último vistazo al espejo, me aseguré que mi rostro estuviera bien, espalda recta y barbilla ligeramente levantada, la mirada serena, con una mirada serena.

Bajé las escaleras con paso firme, aunque sentía un nudo en el estómago. Al llegar al comedor, lo vi sentado a la cabecera de la mesa, con una taza de café en una mano y el teléfono en la otra. Al parecer hablaba de negocios.

Estaba vestido de manera impecable, como siempre. Incluso en los momentos más relajados, Lucas proyectaba una autoridad que era imposible ignorar.

Cuando levantó la mirada y sus ojos oscuros se encontraron con los míos, sentí un escalofrío recorrerme. No tenía miedo, pero tampoco podía llamarlo de otra manera.

Había algo en la intensidad de su mirada que siempre me ponía nerviosa con facilidad.

—Buenos días —saludé con voz neutra, mientras tomaba asiento al otro extremo de la mesa.

—Buenos días —respondió él, dejando el teléfono a un lado.

Su tono era tranquilo, pero había una tensión subyacente que delataba que nuestra conversación de anoche seguía rondando su mente.

Una empleada apareció rápidamente, sirviendo el desayuno. Me limité a agradecer con un asentimiento, mientras Lucas me observaba en silencio.

Su mirada era intensa, como si intentara leer mis pensamientos.

El silencio entre nosotros, era incómodo. Me concentré en mi plato, cortando una rebanada de fruta con precisión, intentando ignorar el peso de su presencia.

—¿Dormiste bien? —preguntó finalmente, su voz rompiendo el silencio como una daga.

Lo miré, sorprendida por la pregunta. No esperaba que se preocupara por algo tan trivial.

Y mucho menos algo como mi bienestar...

—Sí, gracias por preguntar —mentí, sin molestarme en mirarlo.

No había dormido bien, en realidad casi no dormí pero no iba a admitirlo.

Él asintió lentamente, como si no creyera en mi respuesta, pero decidió no insistir.

Bebió un sorbo de café antes de hablar nuevamente.

—Hoy tendré que salir temprano, hay algunos asuntos que debo atender.

—¿Algo relacionado con mi padre? —pregunté con cuidado, observando cómo su mandíbula se tensaba ligeramente.

—Entre otras cosas. —Su respuesta fue evasiva, pero suficiente para dejarme claro que no era un tema que planeaba discutir conmigo.

Asentí, guardando silencio. No tenía sentido insistir; sabía que Lucas era un hombre reservado y no me daría más información de la necesaria.

—Isabelle... —llamó de pronto, su tono más bajo, casi como un murmullo.

Levanté la vista, encontrándome nuevamente con su mirada fija en mí. Había algo diferente en su expresión, algo que no lograba entender.

—Quiero que recuerdes atentamente lo que te voy a decir —exclamo, dejando la taza sobre la mesa y entrelazando los dedos sobre su regazo.

—Siempre tenemos más opciones de la que creemos.

Mi respiración se detuvo por un instante.

¿Qué quería decir con eso?

Sus palabras eran ambiguas, pero cargadas de significado.

—¿A qué te refieres? —pregunté, tratando de mantener mi voz firme, aunque por dentro mi mente corría en todas direcciones.

Él me miró por un momento más, como si estuviera debatiendo cuánto debía decirme. Finalmente, se levantó de la mesa, ajustando su traje.

—Solo piensa en lo que te dije —fue todo lo que dijo antes de salir del comedor, dejándome sola con mis pensamientos y la extraña sensación en mí pecho.

Miré mi plato, pero ya no tenía apetito. Sus palabras resonaban en mi mente, como un eco persistente.

¿Qué significaban esas palabras? ¿Qué opciones podía tener yo.

                             [.....]

Horas más tarde, después de mi desayuno con Lucas, regresé a mi habitación. Había intentado ocupar mi tiempo leyendo un libro que encontré en la estantería, pero mi mente no podía concentrarse.

Todo en esa casa parecía demasiado perfecto, al punto de volverse asfixiante.

Suspiré, caminando de un lado a otro por la habitación. Las horas pasaban lentas, y mi aburrimiento crecía con cada minuto que transcurría. Por un momento, pensé en llamar a alguien, pero mi teléfono seguía confiscado por Lucas.

Me acerqué a la ventana, mirando el hermoso jardín de la mansión . Desde ahí, pude ver la piscina, un rectángulo de agua cristalina que brillaba bajo el resplandor sol.

Recordé las tardes en casa, cuando nadar era mi escape. El agua siempre había tenido un efecto tranquilizador en mí, como si pudiera lavar cualquier preocupación pensamiento o sentimiento que me atormentaran.

—Tal vez no sea una mala idea —murmuré para mí misma.

Abrí la puerta y llamé a una de las empleadas que siempre estaban rondando. Una joven de cabello castaño y amable se presentó de inmediato.

—¿Necesita algo, señorita Isabelle?

—Sí, ¿Creés que podrías conseguirme un traje de baño? Algo lindo y sencillo estaría bien.

La joven me miró con cierta sorpresa, pero no hizo preguntas. Solo sonrió y salió rápidamente.

Mientras esperaba, me dediqué a recoger mi cabello en un moño alto y a buscar una toalla entre las ropa que tenía conmigo. Minutos después, la empleada regresó con un hermoso bañador de color negro era sencillo pero elegante.

—Muchas gracias —le dije, y ella se retiró con una leve inclinación de cabeza.

Me cambié rápidamente, ajustándome el traje de baño frente al espejo. Era extraño verme en algo tan casual después de días usando vestidos y ropa más formal.

Tomé la toalla y bajé al jardín, disfrutando del calor del sol en mi piel mientras me acercaba a la piscina.

El lugar estaba desierto, lo que me alivió. No quería tener la sensación de que alguien me observaba era algo incómodo. Dejé la toalla sobre una de las tumbonas y me acerqué al borde del agua. Toqué la superficie con la punta de los dedos; estaba fresca, perfecta.

Me zambullí de un solo movimiento, dejando que el agua me envolviera por completo. Por primera vez en días, me sentí ligera, libre. Nadé de un lado a otro, dejando que mi cuerpo se moviera sin esfuerzo, como si el agua pudiera llevarse todas mis preocupaciones.

Sin darme cuenta, comencé a sonreír. Ahí, en ese momento, me sentía tan relajada y tranquila no había reglas ni decisiones que no tomar. Solo estaba yo, el agua y el silencio del momento.

Después de varios largos, me detuve en el borde, apoyándome con los brazos mientras cerraba los ojos y dejaba que el sol calentara mi rostro.

Pero lamentablemente la tranquilidad no duró mucho.

—No sabía que nadar formaba parte de tu rutina.

La voz profunda y grave de Lucas me hizo abrir los ojos de golpe. Giré la cabeza y lo vi a unos metros de distancia, con las manos en los bolsillos y una expresión indescifrable en su rostro. Vestía un traje gris, como si acabara de regresar de una reunión, pero parecía completamente cómodo ahí, observándome.

—No tenía mucho más que hacer —respondí, intentando sonar indiferente, aunque sentía cómo su mirada me evaluaba de pies a cabeza.

Lucas se acercó un poco más, deteniéndose al borde de la piscina.

—¿Acaso esto también lo hacías en casa? —preguntó, su tono curioso pero sin perder esa autoridad característica.

—Sí, me ayudaba a despejar la mente —admití, encogiéndome de hombros.

Él asintió, pero no dijo nada más. Su mirada se perdió por un momento en el agua, como si estuviera pensando en algo. Luego me miró y volvió a centrarse en mí.

—Espero y lo disfrutes.

Su comentario me desconcertó, no pensé que fuera a decirme algo así, pero no pregunte en lugar de eso, me impulsé fuera del agua, sintiendo su mirada fija en mí mientras tomaba la toalla y me envolvía con ella.

—Gracias —dije, sin mirarlo mientras me alejaba hacia la casa.

A pesar de mi aparente calma, su presencia siempre lograba desestabilizarme de alguna manera.

Pero esta vez fue diferente por alguna razón.

                           ★★★★★

Me quedé pensando y recordando cómo termine en esta situación.

La reunión había sido un juego de estrategias y decisiones arriesgadas, uno de esos en los que cada palabra debía ser firme y calculada. Pero al cruzar las puertas de la mansión, toda esa fachada de control y dominio se desmoronó en un suspiro frustrado.

Isabelle seguía ocupando cada rincón de mi mente, como un acertijo que no podía resolver.

Apenas me informaron que estaba en la piscina, sentí un calor inexplicable recorrerme. No estaba enojo, ni siquiera molesto. Era algo más oscuro, una emoción y sentimiento que no lograba entender.

Caminé hacia el jardín con pasos firmes, como si al encontrarla pudiera recuperar ese control que ella parecía arrebatarme sin esfuerzo. Pero cuando llegué a la piscina, el aire parecía detenerse.

Ahí estaba Isabelle, sumergida hasta la cintura en el agua cristalina, con el cabello húmedo cayendo en suaves ondas sobre sus hombros.

Llevaba un bañador negro que, aunque era algo sencillo para ella, moldeaba su figura con una perfección que resultaba casi insultante. La luz del atardecer pintaba su piel de tonos dorados, y las gotas de agua resbalaban por sus brazos y su cuello como si acariciaran algo sagrado.

Por un instante, olvidé cómo respirar.

—Maldita sea, como diablos ella puede lucir así de Linda —penso mientras la veía detenidamente.

Sentí un nudo en el estómago, una mezcla de deseo y rabia. Quería apartar la mirada, pero no podía. Había algo hipnótico en la forma en que movía en el agua, en la curva de sus labios mientras cerraba los ojos, ajena a mi presencia.

Era hermosa,no en realidad era preciosa. Síempre lo había sabido, pero verla así, con tan naturalidad que contrataba con la rigidez habitual de nuestra dinámica y conversaciones, me dejó momentáneamente sin palabras.

Sacudí la cabeza y me acerqué, mis zapatos resonaron ligeramente contra el pavimento. Cuando estuve lo suficientemente cerca, me detuve y hablé, interrumpiendo su aparente tranquilidad.

—No sabía que nadar formaba parte de tu rutina.

Ella abrió los ojos y giró la cabeza rápidamente, sorprendida. Pude ver cómo su expresión cambiaba, intentando recuperar la compostura. Incluso en su vulnerabilidad, había algo en ella que la hacía desafiante.

—No tenía mucho más que hacer —respondió, intentando sonar indiferente.

Mis ojos recorrieron su figura sin que pudiera evitarlo. Su cuerpo delgado, sus hombros desnudos, la manera en que el bañador realzaba su figura... Era un error estar aquí, y mirarla así de esa manera con tanto deseó pero no me moví.

—¿Acaso ésto también lo hacías en casa? —pregunté, manteniendo mi tono neutral.

—Sí, me ayudaba a despejar la mente.

Su sinceridad me desconcertó por un momento. No era común que alguien fuera tan honesto conmigo. Por un instante, imaginé a Isabelle nadando en el jardín de la mansión de su familia.

Asentí, pero no respondí de inmediato. Mis pensamientos seguían enredados, había algo en ella que me desconcertaba, algo que iba más allá de esta situación.

—Espero y lo disfrutes —fue lo que salió de mis labios.

Ella pareció sorprenderse por un momento pero no dijo nada, solo salió de la piscina y se cubrió con la toalla estaba apunto de irse cuando se detuvo sin mirarme y me dijo.

—Gracias...

Fue lo que dijo con una leve inclinación y luego la vi irse hacia la casa.

Al verla irse una sonrisa salió de mis labios era la primera vez que alguien me decía gracias en mucho tiempo... Y la verdad se sintió muy bien.

—Fueron muy lindas esas palabras —susurro con una sonrisa en mi rostro.

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