El eco de sus pasos alejándose aún resonaba en la cocina. La forma en que se había ido, con la espalda rígida y las mejillas sonrojadas, solo lograba arrancarme una sonrisa de satisfacción.
Isabelle podía fingir todo lo que quisiera, pero su cuerpo la delataba. Su mirada, su respiración entrecortada cuando me acercaba demasiado...
Me incliné contra la encimera, tomando el vaso de jugo con calma, aunque mi mente estaba lejos de la tranquilidad que mi postura aparentaba.
Anoche había sido un error, un jodido error.
No porque lo lamentara, sino porque sabía que cruzar esa línea complicaba las cosas entre nosotros. Yo no era un maldito hombre enamorado, ni tenía intención de serlo, pero Isabelle despertaba algo en mí que no podía ignorar.
El problema era que tampoco podía permitir que me distrajera.
Carlos seguía moviéndose en las sombras, y aunque la mercancía robada aún no había aparecido, mis hombres ya estaban rastreando cada jodida pista. No iba a permitir que ese viejo bastard