La habitación estaba en completo silencio, excepto por nuestras respiraciones. Isabelle seguía atrapada entre la cama y mi cuerpo, su mirada fija en la mía, como si estuviera atrapada en un dilema interno.
Podía verla resistirse. Podía ver la lucha en sus ojos, el dolor, la confusión... y algo más. Algo que se negaba a admitir, pero que yo reconocía demasiado bien.
Deseo.
—Dímelo, Isabelle. —Mi voz sonó más ronca de lo que esperaba—. Dime que no sientes nada por mí y me iré.
Ella apretó los labios, pero no dijo nada. Su respiración estaba entrecortada, su pecho subía y bajaba con rapidez. Sabía que estaba peleando contra sí misma, contra lo que realmente sentía.
No iba a dejarla escapar.
Mi mano seguía en su barbilla, mis dedos rozaban su piel con suavidad. Podía sentir el latido frenético de su pulso, el temblor apenas perceptible de su cuerpo.
—Lucas... —su voz fue un susurro, casi una súplica.
—Dímelo.
Mi rostro estaba tan cerca del suyo que podía sentir su aliento cálido contra mi