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Jamás hubiera creído que al día siguiente de lo que ocurriera con Dylan sería capaz de sonreír, ni hablar de reír, aunque fuera entre dientes. Sin embargo, Big Sallie lo había logrado.

No había sido una jornada breve ni tranquila. Después de desayunar, Big Sallie había llamado a un doctor para que viniera a verme, más que nada por mi hombro. Cuando se fue, me dejó con calmantes, el brazo en cabestrillo y turno para hacerme radiografías y ver a un quinesiólogo el lunes.

Big Sallie insistió en prepararme él mismo un almuerzo liviano, porque yo no tenía hambre, y luego me dejó a solas con una detective de la Unidad de Víctimas Especiales.

Pasé un par de horas con ella. Me sorprendió que no me interrogara acerca de los detalles morbosos de lo que pasara la noche anterior. En cambio, se mostró más interesada

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