—¿Por qué me enviaste esa imagen?

Big Sallie sostuvo mi mirada ceñuda alzando una sola ceja.

—¿Por qué no? —replicó.

—Era completamente innecesario. Sabías que la abriría mientras trabajaba.

—¿Y yo tengo la culpa de que leas tus mensajes en público?

Desvié la vista hacia afuera sin ocultar mi irritación. Su ascensor privado ya se detenía en el cuarto piso, y bajé apenas se abrieron las puertas, sin esperar ninguna invitación.

Él me siguió hacia la puerta del gimnasio y cuando se detuvo ante el panel digital, detesté advertir que hacía lo posible por ocultar su sonrisa. Al maldito le divertía mi enfado.

Volví a adelantarme a él hacia el vestuario sin siquiera consultarlo. No sé por qué, pero necesitaba aquellos pequeños gestos de rebe