No sabía qué era lo que estaba haciendo en ese momento, no sabía por qué había permitido que se acercara de esa forma, pero ya no había marcha atrás. Se había acercado a mí, había depositado sus labios junto a los míos y yo no había sido capaz de decirle que no, había sido incapaz de apartarme. Tal vez porque era una tonta sin carácter, tal vez porque el apoyo que el hombre me había brindado me tenía sesgada, como si sintiera que aquel beso era parte de un agradecimiento por todo lo que había hecho por mí, por estar ahí ayudándome y apoyándome.
De todas formas, fuese por la razón que fuese, estaba sucediendo, estaba ahí besándome y yo no supe qué hacer por un largo segundo mientras sus cálidos labios se posaban en los míos. Y a pesar de que no me alejé, tampoco correspondí completamente al beso: me quedé ahí, medio paralizada, con las manos colgando de mi cuerpo. Se supone que sabía muy bien qué hacer, pero al parecer Samuel no pareció percatarse de mi inseguridad… o tal vez prefirió