El miedo que sentía en ese momento me paralizó los sentidos. Abrí los ojos, asustada, aterrada. Intenté gritar, pero el hombre del parche tenía fuertemente sujeta su mano en mi boca. Intenté ver alrededor para tratar de encontrar a alguien que pudiera ayudarme, pero estaba en el mercado negro. Aún no había logrado salir de allí. Yo sabía muy bien que cualquier cosa que pasara en el mercado negro se quedaba ahí. Era muy poca las personas que se atrevían a irrumpir en la cotidianidad del lugar, de las cosas que pueden pasar a los incautos como yo.
Si el hombre me hubiera dejado hablar, tal vez yo hubiera podido... que me soltara, que yo tenía dinero, que podía pagarle lo que quisiera. Pero probablemente me había reconocido, y lo confirmé cuando me miró directo a los ojos. Su único iris oscuro brilló de alegría en cuanto me reconoció.
—Pero mira nada más —dijo, emocionado—. ¿A quién tenemos aquí? Me parece que me he pescado el pez más gordo.
Sacó del bolsillo de su pantalón un cuchillo q