Había recibido un correo electrónico esa mañana. Y sí, era inmediato. O sea, Nicolás me había prácticamente *ordenado* descansar ese día. Seguramente, con el atentado de la noche anterior, imaginaba que no tendría las fuerzas ni las energías para presentarme a trabajar al día siguiente. Y lo cierto es que, a pesar de todo, tenía razón. No quería ir a trabajar ese día.
Lo único que hice fue quedarme en la cama con mi pequeño Elian hasta tarde. Había tenido terribles pesadillas durante toda la noche, no solo por el atentado, sino también por el hecho de que Nicolás había conocido a su hijo. Lo había tocado. Había estado a su lado. Yo había visto cómo le brillaron los ojos cuando recordó al hijo que iba a tener pero que no pudo nacer.
¡Cómo es de gracioso, de insensible, el destino! Ponerle en la cara a un bebé que le recordaba al hijo que nunca pudo tener, sin saber que era justamente ese mismo niño el que estaba extrañando. Pero luego me regañaba a mí misma. Claro que Nicolás nunca ext