No pude evitar lanzar un grito de terror en cuanto vi el cuerpo que estaba oscilando del candil. El cuerpo entero se me llenó de un enorme temblor que hizo que mis rodillas cedieran, y de no ser por el fuerte cuerpo de Cristian, que me agarró desde atrás, definitivamente hubiera caído al suelo.
—No puede ser… Virgen… —murmuré, conmocionada.
El olor dulce y podrido que despedía el cadáver indicaba que la mujer hacía varios días había dejado la vida. Pero Cristian observó alrededor mientras yo aún ni siquiera era capaz de apartar la mirada del cuerpo de la mujer. Él le había dado una rápida mirada a la habitación.
—Esto no es un suicidio —me dijo.
Yo lo miré, más bien sorprendida.
—¿De qué estás hablando? Tú mismo estás viendo que…
—Mira —dijo, tomándome delicadamente por el mentón. Me obligó a voltear la mirada hacia la derecha, donde había un espejo roto y los cajones estaban desperdigados por el suelo—. Una pelea. Alguien aquí quiere hacer parecer que esto es un suicidio.
Ni siquiera