Isidora contuvo el aliento. Podía sentir, desde la distancia en la que estaba, cómo su corazón había comenzado a latir con muchísima fuerza. Apreté a mi bebé en mi pecho al ver la escena que tenía frente a mí.
Isadora dio dos pasos al frente, despacio, como si incluso le costara caminar. Probablemente le costaba incluso respirar. Ni siquiera quise preguntar, pero nada más quedó obvio: no había visto al padre de Nicolás desde que había entrado en aquel estado. Llegó hasta donde él estaba, en la camilla, y sin pronunciar una sola palabra entrelazó sus dedos con los suyos.
El hombre permaneció ahí, impasible, pues ya no estaba. Todos en esa habitación sabíamos que no estaba. Entonces fue la mismísima Isadora la que, después de un largo minuto de silencio, volteó a mirar con los ojos vidriosos a Nicolás y le hizo la pregunta que todos teníamos en la cabeza:
— ¿Por qué? — le preguntó — . ¿Por qué lo han dejado estar así desde hace tanto tiempo, si él ya no está? Desde hace tanto tiemp