ANDY DAVIS
—¡Si, abuelito! ¡Ven a cenar! —exclamó León con emoción. Soltó sus carritos y se aferró a una de las manos de mi padre mientras daba brinquitos.
—¡Sí! ¡Y así puedes ver mi florecita! ¡Se llama Rosita Espinoza! —agregó Vicky con emoción tomando la otra mano de mi padre, y no pude evitar sonreír—. ¿Entendiste? Porque es una rosita y está espinosa.
Y sí, mi padre lo había entendido, cerró los ojos con resignación y comenzó a reír suavemente. La inocencia de los mellizos estaba descongelando su corazón a un nivel que ni siquiera mi hermana y yo habíamos logrado.
—¡Porfis! —insistió León, dando el último empujón para que mi padre cediera.
—Supongo que… entonces… tendré que venir a cenar —respondió por fin, consiguiendo que los niños explotaran en alegría—. Así también podré conocer a tu futuro esposo.
»No permitiré que te cases con otro idiota como Carpentier. Este tiene que hablar conmigo antes y pedirme tu mano —agregó con media sonrisa, y aun así cautela, como si temiera q