ROCÍO CRUZ
Intenté comportarme como una mujer madura, como las actrices en las películas después de la intimidad, como si de pronto ya estuviera acostumbrada a la vida de pareja, y fuera lo más normal del mundo verlo a él desnudo.
No funcionó.
Cada movimiento que hacía James provocaba que mis ojos se clavaran en él. Me quedaba largos segundos viendo su cuerpo, sus músculos, sus tatuajes. Se movía con naturalidad. Mientras yo era primeriza en esto, él ya era veterano. De pronto la idea de preguntar con cuántas mujeres había estado antes de mí me punzó.
Sacudí la cabeza sabiendo que era muy mala idea. Un hombre como él, ¿cuánta pasión había derrochado con otras?, o peor… ¿y si alguna seguía en su corazón? Ahora era mi estómago el que se estaba revolviendo cruelmente.
Un novio normal supongo que no me causaría tantas inseguridades. Salí de la cama, envolviéndome en la sábana, con mi mente agitada como un panal de avispas, zumbando tan alto que no podía escuchar nada más.
Como cada