ANDY DAVIS
Abrí los ojos y la cabeza me daba vueltas. Los techos blancos y las luces frías me avisaron que no estaba en casa, pese a que mis ropas fueran las mismas que portaba antes de salir de ella. De pronto me levanté abruptamente, con el corazón acelerado: ¡Mis bebés! Los mellizos fueron lo primero en lo que pensé.
—¡Por fin despertaste! —exclamó lo que parecía una enfermera, entrando a la habitación con su habitual atuendo y un cubrebocas que solo me dejaba ver sus ojos—. ¿Cómo te sientes?
—Bien… algo mareada —contesté dejando caer la cabeza en la almohada—. ¿Dónde está Damián? ¿Dónde está mi esposo?
—Te está esperando en el auto —susurró mientras me tomaba de las manos, invitándome a bajar de la cama.
—¿En el auto? —pregunté confundida. Mi corazón estaba acelerado y se ahogaba con sus propios latidos. No me sentía bien—. ¿Por qué está en el auto?
—Anda… solo estábamos esperando a que despertaras. Ya firmó tu alta y ya es hora de irte de aquí —dijo con un tono que me advertía q