LUCIEN BLACKWELL
En ese momento el ama de llaves se acercó con un séquito de sirvientas y mi chofer. Caminaban con la frente en alto y las manos aparentemente vacías. Cada una se plantó detrás de cada policía, mientras que mi chofer se detuvo detrás del abogado, haciendo que los nervios y la tensión aumentaran.
Las manos de los policías se posaron por un microsegundo en sus armas y antes de que el licenciado pudiera preguntar qué era lo que había pasado, las sirvientas sacaron de sus mandiles una M1191 con silenciador. Ni siquiera esperaron mi orden, pues ya la tenían. Jalaron el gatillo al mismo tiempo, reventando las cabezas de cada policía, haciendo que sus cuerpos cayeran de la misma manera, al mismo tiempo.
El miedo en los ojos del se&nt