DAMIÁN ASHFORD
Sostuve la mirada de Camille y esperé a que los hombres de bata blanca terminaran su trabajo. Camille ni siquiera pestañeó cuando la jeringa perforó su piel, ni cuando los hisopos rasparon el interior de su mejilla. No hubo súplicas ni quejas, solo una sonrisa afilada y desafiante. Me recordó a mí mismo. Podía admitir que era una digna Ashford.
—Supongo que esto es lo que llaman hospitalidad —se burló, cruzando las piernas con desdén mientras me observaba.
—Digamos que es una precaución necesaria —respondí sin emoción.
Ella rio suavemente, inclinándose hacia adelante.
—Y ahora que ya tienes mis muest