LUCIEN BLACKWELL
«Querida Anna:
Ha pasado un año más desde tu muerte y pensé que sería como otras tantas, incluso esperaba que, al no haberlo hecho con mis propias manos, pudiera olvidarte más fácil, pero sigues ahí, atormentándome, siguiéndome en mis sueños.
Te veo al despertar, como la niña que me escondía mis juguetes, escucho tus risas divertidas y veo tus ojos turquesa detrás de cada esquina. Otras veces eres la mujer de la que me enamoré, asomada al balcón, disfrutando de la puesta de sol, con esa melancolía que te inundaba.
Es como si tu espíritu ya supiera toda la verdad y quisieras atormentarme a cada paso que doy. A veces incluso veo tu rostro en el rostro de otras mujeres y siento que me caigo en pedazos. Quiero hincarme de rodillas y pedirte perdón, porque no supe dejarte libre, porque no fui capaz de amarte lo suficiente para que fueras feliz con alguien más.
Una vez me lo dijiste: Deja este mundo, dame una vida normal, sin plomo, sin sangre, y me quedaré a tu lado por