CAMILLE ASHFORD
A veces, cuando cerraba los ojos, el olor a desinfectante y medicamentos volvían a mi nariz, como si tuviera su propia memoria. Era lo único que recordaba de aquella habitación de hospital. Las sábanas blancas, las luces frías y la fragilidad de la mujer que yacía en la cama, aferrándose a la poca vida que le quedaba. Esa mujer era mi madre.
—Ya no hay nada qué hacer… entiendo que mi tiempo se acabó y estoy en paz con eso —susurró jadeando. La mascarilla de oxígeno no era suficiente para calmar su asfixia constante—. Por favor, solo prométeme que no buscarás problemas con esa familia.
¿Cómo podía lidiar con la bomba que había dejado caer sobre mí? En un intento por so