En un mundo donde los lobos gobiernan con una jerarquía ancestral, Arthur Standerwod emerge como el elegido, destinado a ser el Alfa supremo. Su camino parece claro: encontrar a su pareja, la única mujer lobo de pelaje blanco y ojos azules. Pero el destino tiene otros planes. Cuando Arthur regresa a la reserva de lobos se encuentra con Anette Sinclair, una renegada, una marginada entre los suyos. Sin embargo algo en ella despierta un poderoso vínculo en Arthur; desafiando todas las reglas establecidas. ¿Podrá Arthur cumplir su destino o sucumbirá ante el intenso lazo que lo une a Anette? ¿Que misterios aguardarán tras la intervención de la diosa Luna?. Enfrentados en un destino incierto, Arthur y Anette deben decidir si seguirán las sendas trazadas por otros o se atreverán a forjar su propio destino en un mundo donde el amor y la lealtad se entrelazan en una danza de desafíos y pasiones.
Leer másLuz y oscuridad... admiración y odio... dos caras de una misma moneda...
¿Cómo podían existir en el mundo dos personas que fueran exactamente lo contrario de la otra?... ¿cómo alguien podía brillar en la cima mientras su par se hundía en el sub suelo?...
Preguntas aparentemente muy fáciles de responder o bueno, depende del cristal con que se mire...
Isabella Wolfe se sentía caminando sobre nubes de algodón, desde que tenía memoria le habían asegurado que su futuro sería brillante... era la única loba de pelaje claro entre miles de lobos distribuidos en 7 grandes manadas ¿cómo no sentirse especial?. ¡Todos decían que su destino había sido bendecido desde el momento en que nació!...
Y ella así lo creía... era una mujer hermosa, con grandes ojos verdes y cabello tan claro que casi parecía blanco... todos la admiraban por su belleza y su inteligencia; todos se habían dedicado a poner el mundo a sus pies, educandola para ser la gran luna que debía ser, esposa de un alfa entre alfas... ¿cómo no sentirse afortunada? Cuando tenía todo lo que podíamos desear.
— Isabella... ¿ya te enteraste?... ¡Está noche llegará el gran alfa!... ¡Diooos conocerás a tu futuro esposo! — grito Wendy, emocionada por la fortuna de su amiga, no existía nadie en el instituto que no quisiera ser amigo de Isabella; todos querían compartir un poco de ese maravilloso destino que se le había otorgado a la muchacha.
— Ohh aún los ancianos no me notifican nada, supongo que lo harán pronto — sonrió con amabilidad, era considerada una chica dulce y amable; de corazón bondadoso.
— Deberías prepararte — Wendy comenzó a jalonearla del brazo, sin poder contener su emoción — abra una gran fiesta está noche, todos los alfas y herederos estarán allí con sus respectivas lunas... ¡Todas las manadas fueron invitadas!, será uno de los eventos reuniones más grandes que se habrán llevado acabo en la reserva...
— Wendy, cálmate... he sido preparada toda mi vida para este momento, todo va a salir bien — aseguro, sujetando a su amiga por los hombros intentando que contuviera su emoción.
— Todos los miembros de las manadas estarán ahí... bueno no todos — ambas dirigieron su mirada hacía una figura solitaria a unos cuantos metros de ellas, la chica de cabello azul marino, que casi aprecia negro; estaba sentada en una banca lejana concentrada mientras leia un libro — esa renuo no debería asistir a algo tan importante...
— Ella debe, aunque su lado humano sea dominante sobre su sangre de lobo, no deja de ser una Sinclair... uno de los clanes más poderosos, Wendy — era increíble como la hija de una mujer alfa podía nacer sin poder alguno, Anette Sinclair era una verdadera vergüenza para su manada; su madre había cometido el gran error de unirse a un simple humano, condenando a su hija a ser solo una rechazada... una mancha sobre la perfección de la vida de lobos.
Se podría decir que Isabella y Anette eran dos lados de una misma moneda... mientras una era la máxima adoración de los clanes, la otra era totalmente repudiada por los mismos... ¡A veces la vida podía ser tan injusta!.
— Serás una gran luna, Isabella... siempre velando por todos; aunque sean unos rechazados — alabo Wendy.
Isabella se puso de pie sin mencionar palabra alguna, acercandose hacía la renuo.
— ¿Irás está noche a la conmemoración del gran alfa? — Indago, cruzandose de brazos, Anette de inmediato se puso regida; estaba acostumbrada a que cada uno de los alfas la agrediera, a qué cada uno de los omegas se desquitará con ella por ser más débil que ellos... no había ser vivo en la academia que no la hubiera lastimado de una u otra forma.
— Yo... yo... no lo... se — tartamudeo, apretando su agarre sobre su libro, cada poro de su piel gritaba peligro con tan solo tener a Isabella de pie frente a ella.
— Deja de temblar — Isabella colocó su dedo índice bajo la barbilla ajena, obligándole a Anette a alzar la cabeza y mirarla a los ojos, Anette casi jadeo al ver los ojos dorados de Isabella brillando; lo que indicaba que su lobo estaba activo — no te pierdas mi ascenso de esta noche, quería renuo... después de todo, en pocas horas seré la reina de todo el mundo de lobos...
— ¿Cómo estás tan segura? — Indago la sangre impura en un susurro perfectamente audible para los finos sentidos de los lobos.
— Insolente — Wendy empujó a la chica, provocando que callera de la banca donde había estado sentada hasta el momento; la fuerza de un simple humano jamás podría comprarse con la de alguien que poseía su lado lobo activo — ¿olvidas que ella es el único lobo de pelaje blanco?... ¡Ella a sido bendecida por la luna!... ¿pero que vas a saber tu de eso?, ¡solo eres una m*****a Renuo!, ¡una sangre sucia rechazada por la diosa de la luna!.
— Basta, Wendy — Isabella puso una mano sobre el hombro de su amiga, antes de inclinarse para estar cara a cara con la renuo, sonrió con toda la gracia que fue capaz de reunir — no faltes... aunque seas una renuo sin poderes de lobo, eres parte de una manada... recuerda que debes arrodíllarte ante los que tienen mayor rango que tú... y hoy viene nuestro futuro rey... — le dió un par de palmaditas en la cabeza — se buena chica.
Sin más Isabella y Wendy se alejaron de Anette, quien permaneció en el suelo sujetando el borde de su falda y mordiendo su labio inferior intentando contener sus sollozos mientras se preguntaba ¿por qué la diosa Luna la había castigado de esta manera?, ¿por qué era la única que no despertó su lado lobo?, ¿por qué tenía que soportar las constantes humillaciones de todos los miembros del instituto?, ¿dejaría algún día de ser un blanco para todos aquellos lobos sedientos de poder?.
¡Estaba segura que no!... todo era una cadena de poner... dónde ella era el eslabón más débil en millones de kilómetros ella estaba destinada a ser siempre una víctima de las circunstancias sin tener la posibilidad de huir... ¡ojalá pudiera huir de su destino!... nadie sabe lo mucho que deseaba poder salir de allí y vivir una vida normal; lejos de todo lo que implicaba ser una renegada en un mundo de personas extraordinarias...
La tensión se colaba en el ambiente aun entre la calma aparente, la incertidumbre de lo que estaba por suceder era una voz susurrante que no permitía olvidarse de que el equilibrio pendía de un hilo; las manadas estaban divididas entre la lealtad y la desconfianza.Rein Wolfe había sido un traidor, pero también un alfa que, durante años; había velado por la grandeza de su manada, manada que ahora se sentía a la deriva ante la ausencia de un líder.— Esto está mal — susurró Aurora, para nadie en específico, sintiendo el peso del mundo siendo cargado sobre sus hombros, solo el leve apretón de la mano de Zac sobre la suya la mantenía conectada a la realidad y a la cordura mientras observaba a la multitud reunida en la gran sala, repleta de flores blancas, de la mansión Standerwod.La muerte de Rein dejaba un vacío peligroso que podría transformarse en algo mortal en un abrir y cerrar de ojos, y en ese momento más que nunca, la ausencia de su hermano pesaba como una condena.— ¿Crees que
El bosque seguía en silencio, pero ya no era el silencio de un cómplice, sino el de un testigo incómodo. La luna, alta y fría, iluminaba las facciones de Arthur, ahora más humano que bestia, aunque la sombra del lobo aún danzaba en sus ojos dorados.El aire entre ellos era denso, cargado de algo más que el aroma a tierra húmeda y hierro. La sangre de Arthur ya se había secado en las manos de Anette, pero el peso de lo que tenía que decirle se sentía más pesado que el metal.Ella respiró hondo, notando cómo el pecho de Arthur se elevaba y descendía con un ritmo agitado, como si aún luchara por mantener al lobo a raya. Sus ojos dorados, ahora más claros, la observaban con una mezcla de esperanza y temor.— Tengo que decírselo — pensó, pero las palabras se atascaron en su garganta.Arthur, perceptivo como siempre, inclinó ligeramente la cabeza.— Hay algo más — dijo, no como pregunta, sino como afirmación. Su voz era áspera, pero no por ira, sino por el esfuerzo de mantenerse humano.Ane
El bosque callaba, conteniendo el aliento como un cómplice. Las ramas de los árboles se curvaban en un arco protector, sus hojas susurrando secretos de otras vidas. El aire olía a tierra mojada y hierro, pero bajo ese olor, Anette percibía el rastro de lavanda que siempre llevaba en los pliegues de su vestido, ahora mezclado con la sangre de Arthur. El aroma le recordó a las tardes en el jardín del castillo, ese donde su historia había comenzado a escribirse en antaño.Anette no apartó la mano del pelaje ensangrentado. La sangre, tibia y espesa, se pegaba a sus dedos como un recordatorio de todas las veces que lo había tocado así: en Vindheim, cuando una espada lo atravesó; en el jardín de ciruelos, cuando sus manos eran inocentes. “Siempre termino manchada de ti” había bromeado una vez. Ahora, la ironía le quemaba la garganta.Arthur tembló bajo su contacto, y el sonido que escapó de su garganta no era un gruñido, sino algo más profundo: el gemido de un hombre que ya no soporta su pr
El viento aullaba entre los árboles, llevando consigo el eco de un dolor demasiado humano para ser soportado por una bestia.Aurora avanzó entre los escombros de la mansión Wolfe, sus botas crujían sobre los vidrios rotos y la sangre seca que pintaba el suelo como un grotesco mural. A su lado, Zac tensó los músculos, su mirada ámbar escaneando cada sombra. Sabían lo que habían venido a encontrar, pero nada los preparó para el silencio.No era el silencio de la paz, sino el de un corazón que había dejado de latir.— Dios mío… — Aurora se llevó una mano a la boca al ver el cuerpo destrozado de Rein, casi irreconocible bajo las marcas de furia animal. No era solo muerte; era un mensaje tallado en carne y hueso. Un rey cobrando su deuda.Isabella yacía a unos pasos, encogida contra la pared, sus ojos vidriosos clavados en la nada. Las lágrimas habían secado caminos sucios en sus mejillas, y sus brazos, antes fuertes, orgullosos; temblaban como hojas en invierno.— No me toques — farfulló
El roció matutino empañaba la ventana como un velo de lágrimas que nunca llegaban a caer, mientras Anette, sentaba en el alfeizar; observaba como el cristal, frágil y traslucido como su propia resistencia, dejaba deslizar las gotas con lentitud agonizante, la calma que se había apoderado del ambiente era inquietante, como el silencio que preside el estruendo de un trueno quebrando el cielo durante una tormenta.Solo que esta vez la tormenta no era externa, ¡por supuesto que no!; la tormenta se desataba en su interior, alimentando un núcleo de intrigas e incertidumbres que oprimían su corazón de forma asfixiante. El silencio en la habitación no era ausencia si no un grito ahogado de la duda que la consumía por dentro.— No creo que desafiar a tu padre sea el mejor camino a seguir — la voz de Nicolás corto el silencio como un cuchillo afilado, los ojos se Anette se posaron en él sin premura.— Estoy cansada de ser un peón en este juego de ajedrez… ya es hora de que peón se transforme en
Ragnar avanzaba, y el mundo cedía ante él. El bosque se inclinaba a su paso como una reverencia…Su figura no era solo grande, era una fuerza de la naturaleza, un espectro de sombra y poder que hacía temblar hasta las raíces de los robles. El último rey verdadero de todas las manadas. Su pelaje, negro como el vacío entre las estrellas, absorbía la luz del sol, devolviéndola en destellos azabache que helaban la sangre. No corría. No necesitaba hacerlo.El bosque lo conocía. Los árboles susurraban su nombre con cada crujido de ramas, el viento llevaba el eco de sus pisadas como un rumor sagrado. Él no perseguía al traidor. A aquel que había quebrado a su reina hasta no dejar nada…Él lo convocaba hacia su final.Draven y los suyos sintieron el llamado antes de verlo.No hubo motores, ni armas, ni órdenes gritadas. Solo el instinto, ese hilo ancestral que unía a los suyos. Uno a uno, cayeron en cuatro patas, sus lomos erizados, sus gargantas emitiendo gemidos involuntarios. Era él.El Re
Último capítulo