Una semana. Siete días de búsqueda incesante, brutal y sin resultados.
El aire denso y salino de la costa cercana al punto donde el yate había sido interceptado se había convertido en un tormento olfativo para los hombres del clan Bianchi. Habían peinado cada kilómetro de mar y litoral. Desde el primer amanecer después de la explosión del yate, los equipos de buceo, las patrullas costeras y los drones de búsqueda habían trabajado bajo la convicción fanática de que Enzo Bianchi, su Capo, no podía simplemente desaparecer.
El lugarteniente más antiguo, se encontraba de pie en el muelle de un puerto pesquero discreto, su rostro surcado por el cansancio y una preocupación que rozaba la desesperación. Acababa de recibir el reporte final del equipo de rescate.
—Niente, Marco. Absolutamente nada —informó el buzo principal, quitándose el traje de neopreno. Sus ojos estaban inyectados en sangre por el esfuerzo—. La explosión en el yate fue demasiado completa. Encontramos restos de metal, fibras