El sol se alzaba sobre las aguas turquesas del Mediterráneo, tiñendo el horizonte de un color naranja sucio. El escenario era de una belleza engañosa.
Enzo Bianchi estaba a bordo del Neptune, un yate de lujo que no era suyo, sino propiedad de su anfitrión: Arturo López.
López, el viejo lobo de mar, un capo con la reputación de ser más peligroso en el cese de hostilidades que en el combate abierto, esperaba a Enzo en la cubierta superior. El aire era denso, saturado con el olor salino del mar y el perfume caro de López, un aroma a jazmín y tabaco.
Ambos se sentaron en torno a una mesa baja de teca pulida. Había copas de cristal con agua mineral y una bandeja de frutas tropicales, una puesta en escena de la paz que no engañaba a nadie.
El protocolo mafioso en una negociación en territorio neutral, como un yate en aguas internacionales, exige una paridad militar que rara vez es real. López estaba flanqueado por cuatro hombres; Enzo, por tres. Todos vestían trajes oscuros, sus siluetas t