De camino a su casa no me dirige la palabra, aunque tampoco protestó cuando dije que la llevaría yo mismo.
Mira por la ventana, perdida, esquivándome.
No la presiono. Sé que está molesta... y con razón.
Dayanara me ha jodido semanas de esfuerzo.
Exhalo con fuerza y llevo mi mano a su rodilla. Necesito arreglar esto. No puedo permitirme perderla.
No otra vez.
—Georgina... lo siento.— Me mira con dureza.
—¿Por qué lo siente? ¿Por haber dicho que se casará conmigo cuando es mentira?—
—¿Mentira? Vaya...—
—Mire, señor Sandro... —me jode que me trate con esa distancia cuando está molesta.
—Yo no soy quién para meterme en su vida, pero ahórrese los comentarios fuera de lugar. Yo no soy la mujer que usted necesita. Por error vamos a tener un hijo y...—
—¿Por error? —interrumpo, sintiendo cómo algo se me retuerce por dentro.
—No esperas a mi hijo por ningún error. Disfruté haciéndolo dentro de ti, y juro que tú también lo disfrutaste tanto como yo.—
Se tensa, pero no se aparta.
—