—Sabes que quiero ir por él y romperle la nariz, ¿cierto?— —Lo sé, pero si realmente me consideras importante como dices... no hagas una locura. ¿Me lo prometes?— Asiento, aunque no muy convencido. —Vayamos a la cama... el bebé quiere dormir.— La cargo en mis brazos, y una sonrisa ladeada asoma en mis labios. —Tienes una manera muy linda de convencerme cuando hablas así de nuestro hijo.— La deposito en la cama y me dirijo al baño. Al regresar, me acomodo a su lado y nos quedamos mirándonos. Paso los dedos por su cabello, disfrutando algo que hasta hace poco parecía imposible: que estuviera tan positiva, aceptando todo sin protestar. Al fin estaba ganando terreno. Al fin todo el esfuerzo no estaba siendo en vano. Mi pulgar roza sus labios húmedos y ella los frunce, dándome un pequeño beso. —Sabes que mañana no puedes ir a la empresa... y no quiero berrinches al respecto.— —Pero la propuesta...— —Puede esperar.— —Dijiste que era urgente.— —Lo es, pero tu salud y la del beb
Suspiro con algo de incomodidad. Estoy aquí en este gran penthouse sola y no recibí en ningún momento un mensaje o llamada más que de mi mamá. Trabajé mucho en la propuesta, y eso me ayudó a no sentirme tan aburrida, pero necesito un descanso. Prepararé algo de comer antes de que Leo regrese. Quiero que pruebe mi comida. Al detenerme frente a un espejo levanto la camiseta que llevo puesta. Mis ojos se quedan fijos en mi vientre bajo mientras pasó la mano con suavidad. Un bulto apenas perceptible comenzaba a notarse. —Así que ya estás creciendo...— sonrío un poco, acariciando la piel con ternura. —¿serás un niño o una niña? Supongo que, seas lo que sea... te voy a querer igual— Salgo de la habitación directo a la cocina tan limpia y moderna con su inconfundible aroma a madera. Preparo algunas cosas básica, nada que me haga perder mucho tiempo. Mientras pelo unas patatas, cruzo una pierna sobre la otra, un gesto inconsciente que suelo hacer cuando estoy concentrada. Pero, de
Me pide que me acomode en el sofá mientras él lava los trastes. —¿Quieres algo de postre? —Mis ojos viajan directo a su abdomen y luego a su mirada. —Sí... qu-quiero fresas con crema— Sonríe y se da la vuelta. «A ti te quiero de postre», pienso. En términos de aguantar, no estaba aguantando nada. No sé en qué momento me volví tan adicta a sus caricias, pero definitivamente lo estaba. Regresa y me entrega un bowl con fresas y crema antes de sentarse a mi lado. —¿Pudiste trabajar en la propuesta?— pregunta. —Sí, mañana termino— Sonríe sin apartar su mirada de la mía. —Eres mucho, Georgina... Perdón por no llegar antes— Su atención y cariño me conmueven. Un poco de crema se desliza por mis labios, y él no duda en pasar su pulgar para limpiarlos. Luego, lleva su dedo a su boca y lo saborea. —¿No quieres?— pregunto, con el corazón latiendo fuerte. —Solo si me das un poco con tu boca— Llevo la cuchara a mis labios, y cuando se acerca, pienso que dudará... pero no lo hace. Lo
—Señor, solicitamos una reunión de emergencia— ¡Mierda! ¿Por qué justo ahora? —¿Qué sucede?— Ellos comienzan a hablar mientras más gerentes y supervisores llegan a la reunión repentina. —¿Dónde está su secretaria? Debería esta...— —No tienes que soltar veneno. La envié a buscar algo, no está lejos—. Siento sus uñas clavarse en mi pierna. La reunión empieza y deslizo la mano hasta su cabeza, enredando los dedos en su cabello. Entonces me toca, provocativa. Su mano aprieta sobre mis pantalones. La miro de reojo, carraspeo y dejo caer un bolígrafo. —No hagas cosas malas—susurro al inclinarme, rozando sus labios con un beso fugaz. Pero ella no se detiene. El cierre de mis pantalones baja y quiero frenarla, pero cualquier movimiento brusco sería evidente. Sujeto su muñeca, pero usa la otra mano. Aprieto la mandíbula cuando sus dedos hurgan hasta liberarme. Su tacto es torpe, inexperto, pero mi erección palpita entre sus manos. No puedo concentrarme en nada más. De pronto,
Los días pasaban, y nuestra relación crecía poco a poco. En la empresa, los comentarios sobre nuestra "relación laboral" empezaban a molestarle. Decían que estar junto a mí la había aislado de ellos, y no estaban del todo equivocados. Pero lo que realmente me molestaba era otra cosa. Estaba celoso. No quería verla rodeada de otros hombres, mucho menos de aquellos que ahora mostraban interés en ella, creyéndola soltera. Así que tomé una decisión. Voy a pedirle matrimonio. No solo por celos, sino también por su reputación. No permitiré que la juzguen por estar embarazada sin un compromiso. Quiero que cuando la miren, lo hagan con respeto. Que sepan que su hombre le dio un anillo que ningún otro podría ofrecerle. En tres días tenemos cita en el hospital. Vamos a ver cómo va mi pequeño bebé. —Ven aquí —la llamo, y ella se sienta en mi regazo. Deslizo mi mano por su espalda con tranquilidad. Me gusta sentirla cerca. —Hoy te irás a casa sin mí. Le pediré al chofer que te lleve.—
—Veamos... —el doctor mueve el aparato sobre su abdomen cubierto con un gel frío. —¿Todo bien, doctor? —pregunta ella, algo tensa. —Sí, todo está muy bien. El embarazo goza de buena salud. —Sonríe ampliamente, y yo le beso la piel de la mano. —Tienes quince semanas y un día. Si lo comparamos con una fruta, tu bebé es del tamaño de una naranja y pesa aproximadamente cincuenta gramos.— Reboso de felicidad. Y ver sus ojos brillar con la noticia me alegra aún más. —¿Las náuseas y los malestares han cesado?— —Sí, pocas veces los siento ya.— —Perfecto. En el primer trimestre es normal experimentarlos, pero ahora que estás en el segundo, tu bebé exigirá más comida.— —Créame que ya lo está haciendo —digo con felicidad. De camino al trabajo, ella no deja de mirar la ecografía. No ha dejado de sonreír. —¿Estás feliz?— —Lo estoy... Mi hijo está bien. Yo también estoy bien. —Entrelazamos nuestras manos. —Serás una grandiosa mamá. De eso estoy seguro.— —Entonces... ¿Cuándo te marcha
—¡Oye! Eso no es justo, me has dejado con las ganas de comer más. —Cállate... no me tocaste ni una sola vez... Tenía mucho deseo acumulado—. Me muerdo el labio con malicia. —No podía tocarte o las cosas se iban a descontrolar... No tengo soporte cuando se trata de ti—. Me acomodo sobre ella. —¿Siempre has sido así? —¿Así cómo? —Que te enloquecen las mujeres con las que estás... —Me he enamorado solo una vez en mi vida... y no me voy a volver a enamorar nunca más—. —Oh... entiendo—. —¿Lo entiendes?—. Mis dedos hurgan su entrada. —¿Entiendes lo que digo?—. Me habla entre gemidos y abre la boca de placer. —Voy a enseñarte a tocarte—. —¿Qué? —Sí, eso... Quiero que sepas tocarte para que sientas placer los días que no esté—. Me senté en el borde de la cama frente al espejo con ella encima de mí, su espalda chocando con mi pecho. Abrí sus piernas hasta que sus rodillas quedaron flexionadas. —No quiero estar frente al espejo... esto es penoso—. —¡Ssshhh! ¿Te gusta esto?—. Ha
Me mordí el labio dentro del coche. —Volveré antes de dos semanas... te lo prometo.— —No prometas nada. No quiero ilusionarme en vano— —Siempre cumplo lo que prometo, y lo sabes— Me abrazó con delicadeza. —Los voy a extrañar —susurró, acariciando mi vientre antes de llenarlo de besos.— —También te vamos a extrañar... prométeme que te vas a cuidar.— —Lo haré.— Nos besamos con la intensidad de quien no quiere despedirse. Nuestras frentes quedaron unidas por unos segundos. —Estás a cargo, mamá. Nadie te molestará, los amenacé a todos.— —Ahora me odiarán un poco más.— —Es preferible que te amen... serás la esposa del director— Nos reímos, aligerando el momento. Un último beso selló la despedida antes de que el chofer tomara su equipaje y lo llevara al aeropuerto. Desde la ventanilla, lo vi agitar la mano, aunque apenas podía distinguirlo. Su sonrisa quedó grabada en mi mente. Las lágrimas rodaron sin darme cuenta. Pasé los dedos por mis ojos y observé el rastro húmedo en mis