Peter no había dormido más de cinco horas en toda la semana siguiente. Su agenda estaba marcada por audiencias, reuniones con Laura, llamadas a testigos, y una tensión constante que le apretaba el estómago desde que Víctor Rojas se le acercó en el tribunal.
Esa mañana, al llegar al juzgado, llevaba ojeras profundas, una barba de tres días mal recortada y una carpeta bajo el brazo con el sello del Ministerio de Seguridad: había solicitado protección oficial para Laura Márquez como testigo federal.
Salvatore caminaba junto a él, cargando dos cafés.
—No es buena idea seguir empujando esta línea, Peter —murmuró, mirando hacia los pasillos oscuros del edificio—. Estás forzando demasiado. Víctor ya no se está quedando de brazos cruzados.
—Precisamente por eso debemos insistir. Laura no va a sobrevivir otro intento de silenciarla.
—¿Qué piensas hacer?
Peter respiró hondo antes de hablar.
—Hoy presento formalmente su solicitud de protección, junto a las pruebas del intento de soborno, manipul