Ya pasaba la medianoche.
Las luces de la ciudad iluminaban como estrellas artificiales desde la ventana de mi penthouse, pero ni siquiera su esplendor lograba distraerme. Había firmado contratos, brindado con hombres que valen más muertos que vivos, y rechazado a un modelo que cualquier otro mataría por tener. Pero no dejaba de pensar en ella.
La mujer de Peter...Jessy.
El nombre me sonaba como una melodía peligrosa desde que me detuve a leerlo. Lo repetía en mi mente con una cadencia enfermiza, como si al pronunciarlo lo acercara a mí. Peter estaba con ella. Peter, el niño bueno. El abogado idealista. El que cree que la justicia se escribe en papel y no con sangre.
La vi esa noche. Su rostro sereno, la forma en que protegía su vientre... No era la belleza superficial lo que me llamó la atención. Fue su fuerza. La firmeza con la que me enfrentó. ¿Quién demonios se atrevía a hablarme así? Nadie. Nadie desde hace años. Y el que se atrevió debe estar en un ataque dentro de un cementerio.