Esa noche, Peter decidió llevar a Jessy a un restaurante diferente. El juicio, los roces con Víctor, el estrés del trabajo… todo pedía a gritos una pausa. Tomó su mano y la besó suavemente.
—Te debo una noche bonita. Disculpa por el mal momento de antes, si hubiera sabido que ese tipo estaría allí, nunca hubiera ido y menos contigo —murmuró, mirándola a los ojos.
—Ya no somos capaces de él. Esta noche es nuestra. Que te parece... ¿Sushi? —preguntó ella, con una sonrisa tímida.
—Sushi, sake para mi, agua para ti y un postre que te va a volar la cabeza —respondió él, guiñándole un ojo.
El restaurante chino tenía un ambiente tenue, lámparas rojas colgaban del techo y un aroma a jengibre y sésamo llenaba el aire. Peter pidió un surtido de sushi para compartir. Jessy, con antojos y una sonrisa radiante, probó de todo. Rieron como hacía tiempo no lo hacían. Entonces llegó el postre: helado flameado. El mesero vertió licor sobre la bola de helado y lo subió en la mesa. Las llamas azules danz