Cordelia
Estaba agotada.
Mi cuerpo ya no era mío desde hacía tiempo.
Lo sentía como una armadura mal ajustada: pesado, torpe, con cada músculo al borde de rendirse.
Y sin embargo… mis piernas seguían funcionando... llevándome hacia adelante.
Los espectros a mi alrededor ya no se movían con la misma energía etérea de días atrás. Sus sombras eran más densas, más opacas.
Con la poca magia que tenían, me protegían hasta del aire. Como si supieran que esta vez… algo estaba por llegar a su fin.
Me llevaron por el pasillo tallado en piedra negra, escoltada por demonios armados hasta los dientes que evitaban mirarme a los ojos.
Astaroth me esperaba en la entrada de la arena con su traje carmesí y una copa en la mano. Siempre actuaba como un maldito emperador romano. Un dictador vestido de lujo, adorando el dolor ajeno como arte.
—Mi adorada estrella de medianoche —entonó con una sonrisa ladeada, acariciando mi mejilla—. Hoy te enfrentás a una rival… distinta.
Lo dijo con una teatralidad q