Astaroth
No todos los días una criatura tan altiva como Vanessa se convertía en polvo bajo mis ojos.
Y no todos los días era testigo de magia tan pura, tan primitiva, tan… deliciosa. Mi sangre se calentó de la forma más gratificante que jamás había experimentado en mis milenios sobre el Averno.
Apoyé los codos en los brazos de mi trono mientras sostenía la copa de vino con una sonrisa perezosa. El líquido rojo oscuro giraba dentro, reflejando los últimos espasmos de Vanessa mientras su cuerpo se secaba como una flor marchita.
—Brillante —murmuré con admiración, sin dejar de mirar a mi estrella de medianoche.
Tan débil físicamente.
Tan feroz en espíritu.
Tan rota… y todavía sin quebrarse para mí.
Eso me frustraba. Inmensamente.
Había visto miles de guerreros, hombres y mujeres, disolverse frente a la presión, la muerte, la sed de venganza...
Los cuerpos ceder, las miradas apagarse, los músculos temblar hasta rendirse.
Había olido el miedo impregnado en la piel, ese sudor agrio y helado