Amaia.
Entro con paso firme a la habitación, incluso aunque la tristeza apenas me permite sostenerme en pie. No hay ruido alguno. Diara mira hacia la ventana como si estuviera pensando en algo. Su cabello negro y largo está trenzado y su tez parece tener un poco de color. Mis labios se estiran satisfechos. Cierro la puerta tras de mí y ella se percata de mi presencia.
—Te tardaste —comenta con un dejo de reproche aunque le sigue una sonrisa tranquila.
—Tenía asuntos que atender.
Me acerco y me siento a su lado. Sus ojos se achican para verme con más intensidad.
— ¿Has llorado?
Aparto la mirada y fuerzo una sonrisa. También niego con un movimiento de cabeza. Me sorprende que lo notara, porque retoqué el maquillaje.
—En realidad... dormí todo el día —miento y me encojo de hombros—. Por eso tengo los ojos así.
Frunce los labios y acerca aún más su rostro, inspeccionándome.
La ignoro y me acomodo mejor en la cama, me acurruco a su lado para abrazarla disfrutando del simple hecho de tenerl