Grecia había colocado al bebé en el cochecito, mientras rezaba en silencio, deseando que el doctor apareciera con noticias. A su lado, Ernesto permanecía distraído, entretenido con su celular. Había un silencio abrumador en la sala, como si todos se hubieran puesto de acuerdo. Solo se escuchaba el sonido de la gente caminando de un lado a otro del pasillo, cada uno con sus propias preocupaciones. El ambiente era muy desolador, especialmente en esa área del hospital.
De repente, la puerta que conducía al quirófano se abrió bruscamente, y una enfermera salió, con su rostro el cual reflejaba una profunda preocupación.
—¡Familiares de Guillermo Lombardo! —anunció con voz fuerte.
Todos se voltearon, pero Grecia fue la primera en levantarse de la silla y correr hacia donde estaba la enfermera.
—¡Yo soy su esposa! ¿Qué pasa? ¿Cómo está Guillermo? —preguntó, con su voz temblando de angustia. Estaba pálida y tenía los ojos hinchados de tanto llorar.
La enfermera respiró hondo antes de respond