Los días habían pasado desde la boda de Monserrat y Guillermo, y la pareja había decidido pasar su luna de miel en casa, rodeados de sus trillizos. A pesar de contar con el cuidado estricto de una enfermera especializada que Guillermo había contratado, no querían separarse de los pequeños. Para ellos, la verdadera felicidad radicaba en tener a sus hijos cerca y asegurarse de que gozaran de buena salud.
Además, para Guillermo y Monserrat, cada día era una constante luna de miel. No les resultó difícil celebrar en casa su nueva etapa como esposos, disfrutando de los pequeños momentos que la vida les ofrecía.
Aquella tarde, Guillermo y Monserrat se preparaban para un evento muy esperado: la gran inauguración de su restaurante.
—¿Me veo bien? —preguntó Guillermo, acomodándose el traje de etiqueta frente al espejo.
—Sí, mi amor, pareces un galán de televisión —respondió Monserrat, dando una vuelta coqueta para mostrar su propio vestido. —¿Y qué te parece mi vestido?
—Hermosísimo, te ves r