Había pasado una semana llena de altibajos. Luis Fernando se sentía desesperado, buscando la manera de encontrar un buen abogado que pudiera llevar el caso de Valentina. Aquella mañana, mientras todos desayunaban en el comedor, Grecia notó que él estaba un poco cabizbajo, distraído y visiblemente preocupado.
—¿No vas a desayunar, Luis Fernando? —preguntó Mónica, sirviendo la mesa con esmero—. Les preparé un desayuno suculento a ti y a Grecia.
—No, debo irme. Hoy tengo muchas cosas que hacer —respondió él, sin levantar la vista de su Tablet, donde hacía algunas anotaciones —. Tengo que contratar un abogado y aún no he encontrado a nadie capacitado para llevar el caso de Valentina. Todos los que he contactado quieren cobrar una fortuna, mucho más grande que la herencia que Laura dejará a su hija.
—¿Hasta cuándo vas a estar así, cariño? —dijo Grecia, sentándose a su lado con el bebé en brazos, preocupada al ver su estado de angustia.
—Es que tengo que seguir buscando a alguien que real