Grecia entró en la cocina sonriendo, ajena a lo que había ocurrido entre Monserrat y Guillermo minutos antes. Su risa iluminaba el ambiente, y su presencia traía consigo una brisa de frescura que contrastaba con la tensión que había impregnado el lugar.
—Por fin se durmieron los niños. Es un alivio, ahora sí podremos tomar ese café a gusto —dijo Grecia, dejando escapar un suspiro de cansancio que aliviaba la carga de un día largo. Sin embargo, al mirar a su alrededor, notó la expresión de ambos, Monserrat y Guillermo, que parecían cargados de una tensión como si algo malo hubiera pasado. Sus miradas evitaban el contacto directo con ella, haciendo que Grecia comenzara a sospechar.
—¿Pasa algo? —preguntó, observándolos con curiosidad, dandose cuenta especialmente del nerviosismo de Guillermo.
—No, no pasa nada. Yo me tengo que ir, ya es muy tarde —respondió Monserrat, saliendo rápidamente de la cocina, dejando a Grecia intrigada y con un ligero fruncido de ceño.
—Pero Monserrat,