Pasquel estaba profundamente conmovido. Se sentía devastado, como si el peso del mundo estuviera sobre sus hombros. La carga de su enfermedad lo consumía, pero lo que más lo atormentaba era el miedo constante de perder a su única hija, Monserrat. Cada segundo que pasaba en el hospital era un recordatorio de lo frágil que era la vida y de cómo todo podía cambiar en un instante.
—Señor Pasquel, creo que sería muy conveniente que encendiera el celular —exclamó Luis Fernando, con un tono de urgencia en su voz—. Tal vez allí pueda encontrar alguna pista sobre la causa del accidente.
—Sí, tienes razón —asintió Pasquel, sintiendo una mezcla de esperanza y temor—. Mi hija estaba muy feliz cuando salió de casa. Es por eso que no me explico qué fue lo que pasó después.
Mientras tanto, Guillermo se puso cada vez más nervioso. Comenzó a sudar frío, frotándose las manos de manera desesperada. Su mente corría a mil por hora, llena de pensamientos que lo ponían aún mas nervioso:
“No, no p