Ernesto lo miraba con desconfianza. A pesar de haberlo ayudado en muchas oportunidades representándolo legalmente, sabía perfectamente quién era en realidad Arturo Villaseñor: un hombre sin escrúpulos, despiadado, capaz de pasar por encima de quien fuera con tal de lograr sus ambiciones.
—Oh, perdona, Ernesto, no quise ofenderte con tu discapacidad—dijo Arturo con una sonrisa burlona—. Solo fue una broma. No tienes por qué ponerte así. Creo que lo mejor para enfrentar nuestras desgracias es burlándonos de ellas. ¿No te parece? —le decía mientras se servía una copa de brandy.
—¿Te apetece beber algo? —le preguntó, señalando la copa.
—No, gracias. Solo quiero que hablemos. Tengo problemas de dinero y solo tú puedes ayudarme, recuerda que estás en deuda conmigo.
—¿Dinero? Pero, ¿qué has hecho con todo lo que te he dado? La última vez te di una fuerte cantidad como para que vivieras tranquilo por un buen tiempo.
—Ese tiempo ya pasó, Arturo, mira cómo estoy —dijo Ernesto, su