Guillermo, en medio de la acalorada discusión entre Mónica y Monserrat, se paralizó al escuchar las aterradoras palabras de la niñera. Sin pensarlo dos veces, tomó a su pequeño Guillermito en brazos y salió corriendo hacia el auto, sus pies golpeaban el suelo con fuerza mientras su corazón latía acelerado. Mónica y Mercedes lo siguieron de cerca, intentando mantener la calma en medio del caos que se había desatado.
—¡Rápido, Guillermo! —gritó Mónica, su voz se escuchaba alterada, mientras Mercedes se apresuraba a abrir la puerta de atrás del auto—. ¡Debemos llevar al niño al hospital cuanto antes! Yo lo veo muy mal.
El trayecto al hospital se convirtió en un ambiente lleno de tensión, en donde el miedo y la incertidumbre los envolvía a los tres. Guillermo conducía a toda velocidad, su mente estaba atormentada por pensamientos aterradores que lo hacían sentir cada vez más culpable. “Dios mío, ¿qué le pasará a mi hijo? Todo esto es culpa mía”, pensaba mientras se mantenía concentrado en