El doctor salió de la sala con una expresión tranquila y dirigió una mirada alentadora hacia Rafael, Opal y Zafiro.
—La paciente está estable. Ha tenido mucha suerte; la herida no alcanzó ningún órgano vital —anunció con voz pausada.
Rafael cerró los ojos y soltó un suspiro profundo, sintiendo un alivio que casi le hizo caer de rodillas. Opal y Zafiro compartieron una sonrisa nerviosa, y aunque querían ver a Aimé, el doctor les explicó que aún debían esperar hasta el día siguiente.
Al día siguiente
Opal tuvo que marcharse para atender a su pequeño hijo, Richie, mientras Zafiro decidió quedarse junto a Rafael en el hospital. La sala de espera era fría y lúgubre, y ambos estaban sumidos en un silencio cargado de pensamientos. Zafiro lo miró con ternura, viendo en sus ojos la ansiedad y la tristeza que no podía ocultar.
—Te preocupas mucho por Aimé… —murmuró, rompiendo el silencio con un nudo en la garganta—. ¿Todavía la amas?
La pregunta dejó a Rafael paralizado por un instante, sus ojos