Por la mañana.
Los mellizos visitaron a su tío con entusiasmo.
—Tío Rodolfo, ¿cuándo va a venir nuestro primo? ¡Ya queremos jugar con él! —preguntó Opal, mirando a su tío con los ojos brillantes de emoción.
Rodolfo sonrió ante la inocencia de los niños y acarició sus cabecitas.
—Aunque nazca pronto, no podrán jugar con él de inmediato. Su primito será un bebé muy chiquito.
Opal y Ónix se miraron, sus sonrisas se apagaron un poco al escuchar esa noticia.
—Tío... ya te contentaste con nuestra tía, ¿verdad? No queremos que se separen… ni que papá y mamá lo hagan tampoco —dijo Opal, con una expresión seria.
La tristeza ensombreció el rostro de Rodolfo; le dolía ver que sus acciones hubieran afectado a sus sobrinos tan pequeños.
—No, pequeños, les prometo que nadie se va a separar. Seremos siempre una familia unida y feliz.
Al escuchar esto, los niños volvieron a sonreír, llenos de esperanza.
Mientras tanto, Margot estaba en la cocina, cortando una rebanada de pastel para llevarla a los niñ