La mañana llegó demasiado rápido, y el cansancio aún pesaba en los hombros de Vecka, pero Xylos insistió en llevarla directamente al consultorio de la ginecóloga de la manada. No confió en nadie más que en Evelyn, la doctora omega que llevaba décadas atendiendo embarazos lupinos y que, aun siendo estricta, tenía fama de ser impecable.
El sonido del monitor cardíaco relleno el espacio con un pulso constante y delicado del bebé. Un latido fuerte y tan perfecto para los oídos de Vecka, y Xylos quien ya estaba acostumbrado a escucharlo, pero el rostro de Evelyn no reflejaba la misma tranquilidad.
La doctora pasó nuevamente la página de la tablet donde revisaba los análisis de sangre. Sus cejas se hundieron más. Su mandíbula se tensó. Incluso la forma en que apretaba los labios asustaba a Vecka.
Xylos finalmente perdió la paciencia.
—Evelyn —gruñó—. Habla.
—El bebé está bien —comenzó, como si quisiera amortiguar la caída—. Extremadamente bien, de hecho —Vecka soltó un suspiro t