Vecka se estaba terminando de abotonar la blusa cuando Xylos, aún con el cabello húmedo por la ducha, extendió una mano en su dirección hasta encontrarla por el sonido suave de su respiración. Él avanzó unos pasos y deslizó los dedos por su cuello, rozando justo donde la piel todavía ardía por la marca que le había dejado un par de horas antes. La había sentido al besarla, al morderla, al hundirse en ella primero en la cama y luego en el baño; no necesitaba verla para saber exactamente dónde estaba.
—No intentes cubrirla —murmuró con esa voz profunda que siempre vibraba más cuando él estaba complacido—. Sé cuando lo haces… tu cabello hace un sonido distinto.
Vecka soltó una risa suave, sorprendida y avergonzada al mismo tiempo. Era cierto: Xylos reconocía cada pequeño movimiento suyo por la forma en que el aire se desplazaba, por cómo se tensaba la tela o por el sonido mínimo de un mechón deslizarse sobre la piel. A veces ella olvidaba lo increíblemente perceptivo que era.
—Pensé q