Vecka despertó sola.
El silencio en la habitación fue lo primero que notó, seguido por el frío que reemplazaba el calor que aún recordaba de la noche anterior. Se incorporó lentamente, las sábanas enredadas entre sus piernas, su cabello todavía húmedo cayendo desordenado sobre los hombros. Todo a su alrededor tenía el aroma inconfundible de Xylos: madera, bosque y lavanda, pero él no estaba allí.
La cama, vacía a su lado, era una evidencia cruel. Su pecho se apretó de golpe.
Por un momento pensó que quizá había soñado lo ocurrido, que tal vez todo había sido una fantasía nacida de su deseo reprimido. Sin embargo, al mirar su cuerpo en un pequeño espejo, vio las marcas rojizas en su cuello y los labios hinchados que delataban la intensidad de lo vivido. No había sido un sueño, pero si no lo había sido… ¿por qué Xylos no estaba allí?
Vecka apretó la sábana contra su pecho, sintiendo una punzada en el estómago. No era solo la incomodidad física; era el peso de la duda, del miedo a ha