Una semana había pasado desde la tormenta de nieve que cubrió los bosques más de blanco. El aire olía a madera húmeda mientras que la nieve, fresca y ligera, cubría los techos de las cabañas, y el humo que escapaba de las chimeneas se mezclaba con el perfume de las hogueras del nuevo amanecer en la manada Blanckwood, Vecka caminaba junto a Polaris por los senderos que unían al centro de la manada. La joven luna a penas se acostumbraba a aquel lugar: al silencio interrumpido por aullidos lejanos, a los niños que reían persiguiéndose entre copos de nieve, a las miradas reverentes que la seguían dondequiera que fuera.
Polaris la guiaba con una sonrisa apacible, envolviéndola con su calidez natural. A su paso, algunos lobos inclinaban la cabeza en señal de respeto, Vecka, sin embargo, aún sentía esa mezcla de timidez y desconcierto que aparecía cada vez que alguien la llamaba “mi luna”.
—¿Siempre es así? —preguntó, observando cómo un grupo de niños rodaba por la nieve riendo, mientras d