7 | ¿Tienes un amante?

Las palabras de Caleb fueron un eco en el silencio cuando Ronan abandonó el lugar sin mirar atrás, cerrando detrás suyo.

Seraphina se quedó de pie, sola en la lujosa jaula. Su mano, la que él había sostenido, ardía. Pero no era de dolor.

Levantó la palma de la mano hacia la luz del fuego, su respiración aún entrecortada por el casi beso. La piel estaba perfecta.

Pálida, suave, sin rastro de la quemadura.

Pero no estaba fría. El calor de su toque permanecía como un profundo rastro de fuego bajo su piel, una marca invisible más íntima que la violencia de Isabelle.

El fantasma de su pulgar acariciándola la hizo temblar.

Se abrazó a sí misma, caminando sobre la alfombra de un lado a otro como un animal enjaulado. Estaba agonizando. Un segundo antes de que Caleb gritara, ella se había estado inclinando hacia él.

Lo había querido.

Había deseado el beso del hombre que la había llamado Nada, el hombre que la había humillado y la mantenía prisionera.

No entendía por qué su cuerpo parecía traicionar su sentido, anhelando la cercanía del depredador que la había salvado solo para encadenarla.

Él había sentido su dolor. Había cruzado la mansión y hasta había enfrentado a su prometido y luego, con la misma facilidad, la había alejado como si fuera nociva, volviendo a ser el hombre frío y cruel.

Y ahora estaba debajo suyo en la mansión, probablemente pensando en que no le traería más que problemas y decidiendo entregarla a los ancianos.

Su destino estaba en manos de Ronan y el pánico regresó como una aguja gélida, extinguiendo el calor residual de su toque.

Hunter.

¿Qué pasaría con su hermano si los ancianos decidían que ella era un peligro?

Entonces lo supo, necesitaba huir.

Por inercia, llevó las manos dentro de los bolsillos de su abrigo, buscando su móvil. Lo tomó y, con dedos temblorosos, lo encendió. No podía llamar a la policía.

¿Qué les diría? ¿Que el multimillonario que la había salvado la mantenía prisionera en su opulenta mansión?

Solo había una persona en la que podía confiar.

Liam.

Él era su único amigo, aunque tenía sentimientos por ella que Seraphina no correspondía, él se había mantenido a su lado incluso en los momentos más duros.

Pulsó el contacto.

El teléfono sonó dos veces antes de que Liam respondiera.

—¡Liam!

—¿Seraphina? Es tarde, ¿te encuentras bien? —la voz somnolienta de Liam se volvió instantáneamente alerta.

—No, Liam. Estoy en problemas —susurró, su voz quebrándose.

—¿Qué pasa? ¿Estás llorando? —el sueño desapareció, reemplazado por un pánico agudo que reflejaba el de ella—. ¿Es Hunter? ¿Volvió a pasar?

—No, Hunter... Hunter está a salvo, creo. Es... es complicado. ¡Me tienen prisionera, Liam!

—¿Qué? ¿Prisionera? ¿De qué estás hablando? ¿Dónde estás?

—En… —las palabras se atoraron en su boca, pasó saliva, sintiendo un nudo en su garganta—. Estoy en la mansión de Raden Thornsten. Yo… vine a pedirle un favor y él me… me tiene como su prisionera. Pero necesito huir o Hunter podría correr peligro.

—Calma, Seraphina. Respira.

Escuchó movimiento del otro lado.

—Ronan es el hombre de la gala, ¿no es así? Te advertí que sería una mala idea, esas personas son… extrañas.

—Lo sé. Debí escucharte, pero sabes que necesito el empleo y el dinero. Él hizo que me despidieran y pensé… fuí una tonta.

—Calma, Seraphina. Iré por tí y encontraremos una solución.

Seraphina no respondió. Estaba mirando en dirección a la puerta, atenta en caso de que alguien se acercara.

—Escúchame, Seraphina. Estoy a veinte minutos, ¿de acuerdo?

—¡No! —exclamó en un susurro—. No puedes venir solo, puede ser peligroso. ¡No los viste, Liam! Ellos son…

—Apenas puedo escucharte, Seraphina. Llegaré pronto, por favor, mantén la calma.

Y la llamada terminó.

Seraphina se quedó mirando el teléfono, la pantalla ahora negra, la batería muerta. Estaba sola en la oscuridad, con un terror nuevo y más frío que el anterior.

Había sido estúpida. Había llamado a un cordero a la guarida de los lobos. Liam, su dulce y humano amigo, iba hacia ese lugar, hacia Ronan y sus ojos dorados, hacia Isabelle y sus amenazas. Esperaba que pudiera ayudarla a escapar.

Seraphina guardó su móvil, limpió sus lágrimas y observó por el ventanal hacia el jardín trasero. Si encontraba a Liam fuera sería más fácil huir, pero para eso debía abandonar la habitación. Se armó de valor pero, cuando se volvió hacia la puerta, su cuerpo se congeló.

Ronan estaba allí.

Su silueta esbelta y poderosa llenaba el marco de la puerta. La observaba en silencio, como una estatua de piedra.

No había hecho ruido. No había entrado, simplemente, estaba allí. Mirándola como un depredador esperando para avanzar.

El terror le heló la sangre.

¿Cuánto tiempo llevaba allí? ¿Había escuchado la llamada?

Su rostro era una máscara de furia oscura, sus ojos de acero fijos en ella, más fríos que una tumba. La forma en que la miraba no era la de un hombre traicionado, sino la de un hombre cuya propiedad había sido profanada. Y él la quería de regreso.

Su voz, cuando habló, fue peligrosamente baja, un gruñido que vibró con una posesividad irracional y aterradora.

—Así que tienes un amante.

No era una pregunta. Era una sentencia.

—¿Es él por quien lloras mientras estás bajo mi techo?

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