Mundo ficciónIniciar sesiónLa grava se clavaba en las rodillas de Seraphina. El terror era un sabor metálico en su boca, un veneno que paralizaba sus miembros. Las gotas de lluvia que caían por su piel eran motas de hielo. Estaba empapada, vulnerable y temblando, no solo de frío, sino por la mirada hambrienta de las dos bestias que la flanqueaban.
Eran lobos, pero de un tamaño imposible, sus pelajes negros brillando bajo la luz pálida de la mansión, sus ojos dorados, feroces y hambrientos, clavados en ella. «Oh dios… moriré» Ese fué su único pensamiento. Iba a ser destrozada en este patio, y Hunter moriría solo en su apartamento. —¿Me dejas jugar con ella antes de matarla? —la voz de Isabelle fué un veneno dulce, una promesa de dolor. Seraphina levantó la vista, sus ojos verdes y desesperados buscando al único hombre que podía detenerlo. Ronan seguía inmóvil en lo alto de la escalera, una silueta de poder oscuro contra la piedra. Su rostro era una máscara de piedra, impasible, sus ojos grises fijos, no en Isabelle, no en los lobos, sino en ella. Vió la batalla librarse en su interior. Vió cómo su ancha mandíbula se apretaba, cómo los músculos de su cuello se tensaron. Estaba decidiendo su destino. Isabelle se impacientó ante su silencio. —Ronan, ¿no me oíste? La humana invadió tu territorio. La ley es clara. El gruñido bajo de uno de los lobos pareció estar de acuerdo, dando un paso amenazante hacia Seraphina. Ella soltó un sollozo ahogado y se arrastró hacia atrás. —Basta —la palabra fue un gruñido bajo y profundo, no un grito, pero cortó la noche con una autoridad absoluta. Los lobos se congelaron al instante. El que había avanzado retrocedió ante la órden. En un segundo, ambas bestias se dieron la vuelta y se desvanecieron en la oscuridad del bosque como fantasmas. El silencio que dejaron fue ensordecedor. Isabelle se puso rígida. Su mano posesiva en el brazo de Ronan se apretó. —Ronan, ella es una amenaza, no puedes… —sus palabras quedaron suspendidas en el aire nocturno. Ronan se volvió hacia ella. Su mirada de acero se clavó en Isabelle. No dijo nada, pero el frío glacial de sus ojos la silenció al instante. El color desapareció del rostro de Isabelle, reemplazado por una máscara de rabia y humillación. Él la había desautorizado. Y frente a la que consideraba una patética e insignificante humana. Ronan desvió su atención de Isabelle y bajó su mirada de acero hacia Seraphina. Ella seguía en el suelo, una mancha patética de miseria en su perfecto patio. Él sacó un teléfono de su bolsillo, sin apartar los ojos de ella, y marcó. —Dame tu dirección —le ordenó a Seraphina, quien parpadeó sin entender qué haría, pero respondió rápidamente al notar su impaciencia—. Caleb, ve al 715 de la calle Miller, apartamento 3B. Trae al niño a la mansión y llévalo al ala médica. Ahora. Colgó. El mundo de Seraphina se detuvo. ¿Acaso Ronan había aceptado? Un abrumador alivió la envolvió. Un sollozo desgarrado se abrió paso desde su pecho. No era un sollozo de miedo, sino de una gratitud tan profunda que dolía. Las lágrimas, que antes eran de terror, ahora quemaban su rostro. —Gracias... —susurró al viento, a la lluvia, a él. Ronan descendió lentamente la escalinata, sus botas no hacían ruido sobre la piedra mojada. Se detuvo directamente frente a ella, una montaña de poder oscuro que la eclipsaba por completo. La lluvia le pegaba el pelo oscuro a la frente, y sus hombros anchos bloqueaban la luz de la casa. Ella tuvo que echar la cabeza hacia atrás para mirarlo. Él no le ofreció la mano, tampoco mostró calidez en su expresión. El acero había vuelto a sus ojos grises. —Mi gente irá por tu hermano —pronunció serio, con voz monótona. Ella trató de ponerse de pie para agradecerle, para demostrar que no estaba completamente rota, pero sus piernas, temblando por la fiebre y el alivio, no le respondieron. Se tambaleó. Él se agachó. No en un gesto de bondad, sino como un depredador que examina a su presa. Estaba tan cerca que podía oler el pino y la lluvia en su piel. —Pero ahora —susurró, su aliento caliente contra la fría piel de ella, una contradicción que la hizo estremecer—, tú me perteneces. Pagaste con lo único que tenías. El alivio de Seraphina se congeló, convirtiéndose en un nuevo tipo de miedo. —¿Qué... qué quieres decir? —Él está a salvo mientras tú estés aquí —dijo, su voz volviéndose aún más fría—. Mientras tú seas mía. Antes de que pudiera procesar el peso de ese chantaje, su mano, grande y fuerte, se cerró alrededor de su brazo. No fué gentil. Sus dedos se clavaron en su carne, y la atrajó contra su pecho con brusquedad. Ella tropezó, su cuerpo menudo chocando contra el torso firme de Ronan. El breve contacto fué una descarga eléctrica, una sensación abrumadora y peligrosa. Él no la soltó, mantuvo su agarre alrededor de su brazo y la guió hacia las escaleras. Isabelle seguía allí, su rostro una máscara de odio puro. Seraphina se encogió, pero Ronan la ignoró por completo, empujando más allá de su prometida como si fuera un mueble. La arrastró al interior de la mansión, un vasto salón de piedra oscura y madera cálida, pero Seraphina estaba demasiado inquieta para detallarlo. La llevó por un pasillo lateral, abrió una pesada puerta de madera y la empujó bruscamente al interior. Era un cuarto hermoso, con una chimenea cálida y una enorme cama con dosel. Una jaula de oro. —No saldrás de esta habitación —ordenó Ronan. Su pecho subía y bajaba con fuerza, como si estuviera luchando por el control. —Pero, ¿mi hermano dónde…? —Estará en el ala médica. Lejos de ti. La puerta se cerró con un golpe sordo y definitivo. Seraphina se abalanzó sobre ella, golpeando la madera. —¡No! ¡Espera! Escuchó el sonido inconfundible de una llave de hierro girando en una cerradura antigua. Luego, silencio. Estaba sola, empapada, temblando, y ahora prisionera. Se deslizó por la puerta hasta el suelo, abrazándose a sí misma. Hunter estaba a salvo. Ese era el único pensamiento al que podía aferrarse. (***) No supo cuánto tiempo pasó. El fuego crepitaba, burlándose de su frío. Entonces escuchó unos pasos fuera, deliberados, suaves. Supo que no se trataba de Ronan. El sonido metálico de la llave girando de nuevo. Seraphina se puso en pie de un salto, retrocediendo hacia la chimenea. La puerta se abrió lentamente. Isabelle estaba allí, con una sonrisa fría en su rostro y una mirada depredadora. —El Alpha está ocupado —ronroneó, entrando en la habitación y cerrando la puerta suavemente tras de sí—. Decide qué hará con su nueva prisionera. Isabelle se apoyó en la puerta, bloqueando la única salida, sus ojos azules y helados fijos en Seraphina. —Pero yo —dijo, su voz bajando a un susurro conspirador—, tengo todo el tiempo del mundo para conocerte mejor.






