Mundo ficciónIniciar sesiónEl pánico se cerró sobre la garganta de Seraphina, robándole el aire. Ignoró el teléfono, llamar a una ambulancia sin dinero ni seguro sería inútil. Todo su universo se redujo al pequeño que temblaba en el suelo.
—No, no, no, Hunter. ¡Mírame! ¡Estoy aquí! —su voz se quebró. Se arrodilló a su lado, buscando sostenerlo. Lo giró suavemente de lado, como le habían enseñado las enfermeras, asegurándose de que su cabeza estuviera a salvo. Las convulsiones eran violentas en su frágil cuerpo, un terrible contraste con su quietud habitual. —Resiste, Hunter. Por favor, por favor, resiste... —susurró, con las lágrimas mezclándose con la lluvia en su cabello, y sostuvo su pequeña mano, sintiendo los temblores recorrerlo, contando los segundos como si fueran años. Finalmente, tan bruscamente como había comenzado, el espasmo cesó. El silencio que quedó fue peor. Hunter cayó en la inconsciencia, su cuerpo empapado en un sudor frío. Seraphina acercó su oído a sus labios, sintiendo el más débil de los suspiros. Su respiración era superficial, apenas perceptible, y sus labios secos carecían de color. Con un sollozo ahogado, lo levantó del suelo. Pesaba casi nada. Lo llevó los dos pasos hasta el sofá cama y lo acostó con cuidado, cubriéndolo con la única manta gruesa que poseían. Permaneció allí, temblando, observando el aterrador ascenso y descenso de su pecho. Miró el inhalador vacío en el suelo. El mensaje de la clínica regresó a su mente como una sentencia y deslizó sus dedos temblorosos por su cabello húmedo. «Sin dinero y sin empleo, ¿cómo podré seguir adelante?» La desesperación dió paso a una rabia fría y dura mientras recordaba lo sucedio esa noche, cómo la habían tratado y cómo la habían despedido como si fuera insignificante. Pero ella no lo permitiría. Su mente se aferró a lo único que había visto esa noche que representara poder, no era el opulento salón ni los invitados enfundados en prendas costosas. Era él. Era la forma en que la sala se había silenciado con una palabra suya, cómo destilaba un dominio sobrenatural. Ronan. «No eres nada» Su rechazo ardía en su memoria, al igual que su dura mirada de desprecio, pero no podía ignorar la intensidad con que la había visto antes, cuando la llamó suya. Era una locura. Era una idea suicida, correr hacia el hombre que la había destrozado públicamente. Pero mientras miraba a Hunter, cuya respiración era un hilo a punto de romperse, se dió cuenta de que no podía poner su orgullo por delante. Se levantó de un salto. Corrió hacia su abrigo empapado y sacó la invitación arrugada con la dirección de su siguiente evento, uno al que dudaba que fuera a asistir, pero era en la mansión de Ronan. Buscó un abrigo seco antes de acercarse a Hunter y dejar un beso sobre su frente. —Estarás bien, hermano. Volveré pronto, lo prometo —susurró y el pequeño se removió, aferrándose a la manta. Seraphina abandonó su precario piso y salió a la lluvia torrencial que caía del cielo nocturno. Estaba decidida. Iría a la mansión de Raden. (***) Seraphina tomó un autobús, que la dejó lo más cerca que pudo de la mansión, y luego caminó hasta un imponente muro de piedra negra de tres metros de altura que desaparecía en la oscuridad del bosque a ambos lados, cubierto de niebla. Estaba sola, empapada y temblando. Se tragó el miedo y corrió hacia el muro. Era imposible, pero vió donde un viejo roble había crecido contra la piedra, sus raíces creando asideros. No pensó. Solo escaló. La piedra áspera le rasgó las palmas de las manos y sus músculos gritaban por el esfuerzo, pero al final llegó a la cima y se dejó caer al otro lado. Estaba dentro. El bosque allí era aún más oscuro. Se sentía observada. Cada susurro del viento la hacía saltar. «Continúa, Seraphina, no puedes retroceder» se dijo a sí misma, pero el miedo que sentía era un instinto primario que le gritaba que estaba en el territorio de un depredador. Siguió adelante, avanzando a ciegas, hasta que irrumpió en un vasto claro. Y allí estaba. La mansión no era un hogar, sino una fortaleza. Una estructura gótica de piedra oscura y vidrio que se elevaba hacia el cielo nocturno como una bestia dormida. Y él estaba allí. Ronan estaba en lo alto de la ancha escalinata de piedra, como si la hubiera estado esperando. No llevaba el elegante traje que ella había arruinado, sino unos pantalones oscuros y una simple camisa negra de manga larga que se ceñía a sus hombros imposiblemente anchos. El viento agitaba su cabello oscuro. Parecía menos un magnate y más un depredador vigilando su dominio. Seraphina se detuvo en seco, su aliento saliendo en nubes blancas. Su rostro era una sombra, pero ella podía sentir la furia emanando de él, una ola de frío palpable que la golpeó desde el otro lado del patio. Su voz cortó la noche. No gritó, pero el sonido retumbó en sus huesos, cargado de un poder helado. —Te atreviste a venir a mi territorio. Su tono grave rompió lo último que le quedaba de fuerza. La esperanza de que pudiera haber una pizca de humanidad en él, en el hombre que la había llamado suya, se extinguió. —¡No! —sollozó, el sonido desgarrador en la quietud. Tropezó hacia adelante, sus rodillas cediendo. Cayó sobre la grava mojada a los pies de la escalinata, la humillación completa, el dolor insoportable. «Sólo ésta vez, Seraphina. Piensa en Hunter» Levantó la vista hacia la silueta oscura que la dominaba. —¡Por favor! —gritó, su voz rompiéndose en pura agonía—. Hiciste que me quede sin trabajo, no tengo dinero y mi hermano está muriendo porque no puedo pagar atención médica. Las lágrimas se mezclaban con la lluvia en su rostro. —No tengo a nadie más. Haré lo que sea. Serviré... limpiaré... ¡no me importa! ¡Solo sálvalo! ¡Por favor, te lo ruego! La mirada de Ronan se estrechó sobre ella, la delicada y desesperada mujer rogándole de rodillas. Su mandíbula se tensó ante la inexplicable molestia clavándose como una espina en su pecho. Sentía que algo estaba mal. Dió un paso lento por la escalera, luego otro, su mirada de acero clavada en ella. Pero entonces, Seraphina sintió otra presencia, una que le heló la sangre. A su izquierda, saliendo de las sombras del bosque, emergió una forma. Era un lobo de pelaje tan negro como la noche y ojos dorados que brillaban con hambre. Y a su derecha, emergió otro, idéntico. Los ojos de Seraphina se abrieron con pánico, el miedo que fué como agujas bajo su piel. Se arrastró hacia atrás, lejos de las bestias que avanzaban hacia ella. Una risa, como el tintineo de un cristal helado, resonó desde lo alto de la escalinata. Isabelle apareció desde la oscuridad de la mansión. Estaba envuelta en un lujoso abrigo de piel blanca, su cabello rubio recogido perfectamente, su rostro una máscara de diversión sádica. —Ronan, mira. Qué patético. La miserable humana acaba de caer justo en la trampa. Isabelle caminó con gracia hasta situarse al lado de Ronan, colocando una mano posesiva en su brazo. Sus fríos ojos azules se clavaron en Seraphina, acurrucada e indefensa. —¿Me dejas jugar con ella antes de matarla? Seraphina jadeó con horror ante sus palabras.






