Mundo ficciónIniciar sesiónSeraphina retrocedió hasta que su espalda golpeó la piedra dura y cálida de la chimenea. Estaba atrapada. La puerta estaba cerrada, la llave en el bolsillo de Isabelle, y la rubia la observaba con una diversión depredadora.
El abrigo de piel blanca hacía que el cabello rubio de Isabelle pareciera casi plateado, sus ojos azules brillando con fría inteligencia. Ella comenzó a caminar lentamente por la habitación, rodeando a Seraphina. Sus tacones caros apenas haciendo ruido sobre la gruesa alfombra. —Mírate. Eres incluso más patética de cerca. Empapada, miserable —deslizó una mirada cargada de desdén por su cuerpo. Seraphina apretó los puños, sus propias uñas, cortas y rotas por el trabajo, clavándose en sus palmas. —No puedes hacerme nada. Estoy aquí porque hice un trato con Ronan, él va a salvar a mi hermano. La risa de Isabelle fue irónica y cruel. —¿Y crees que lo hace por compasión? —se burló, deteniéndose en la esquina donde había una mesa con una tetera humeante y una taza—. Ronan solo aceptó para tenerte en la palma de su mano. Eres una… distracción. Y él necesita tenerte bajo su control. Isabelle sirvió el líquido humeante en la delicada taza de porcelana, sus movimientos eran fluidos y elegantes. —No tienes ni la más remota idea de lo que has interrumpido, ¿verdad? —No sé de qué estás hablando —susurró Seraphina, odiando la debilidad de su propia voz. —Claro que no. Los humanos nunca saben nada —Isabelle tomó la taza, pero no bebió. La sostuvo, dejando que el vapor calentara su rostro perfecto—. Crees que solo arruinaste una fiesta de compromiso con tu inutilidad pero en realidad arruinaste algo mucho más grande. Dió un paso hacia Seraphina, su perfume floral era caro y asfixiante, una amenaza elegante, una nube que intentaba ahogar el aroma que persistía en la habitación y en el pecho de Seraphina. El rastro de Ronan. —Esto no es solo un compromiso, es un tratado —explicó, ignorando la mirada de confusión en Seraphina—. Unirá a la manada de Ronan con la mía. ¿Has oído sobre Gabriel Graves? Seraphina negó con la cabeza, su mente tratando de procesar las palabras. —Gabriel es el Alfa de una manada de renegados con los que llevamos meses en guerra. Quieren el territorio de Ronan. Este matrimonio —continuó Isabelle, sosteniendo la taza—, es un pacto que va a crear la solidez necesaria para vencerlo. Asegura nuestro triunfo y supervivencia. Isabelle se volvió, su rostro una máscara de fría arrogancia. —Y entonces, en la víspera de nuestra unión, apareces tú. Se acercó a Seraphina, sus ojos azules y helados clavados en los de ella. —Sé quién eres, patética humana. Pero tu lazo de compañera no significará nada para él —escupió con veneno—. Eres una debilidad. Una enfermedad que amenaza con destruir todo lo que él ha construido. Eres una sentencia de muerte andante para su manada. Seraphina la miró fijamente. La palabra compañera resonó en ella, un eco extraño de la forma en que él había dicho Mía. —Oh, ¿te gusta esa palabra? —se burló Isabelle, al ver el destello de reconocimiento en sus ojos—. Es un instinto animal primitivo. Su lobo te sintió y reaccionó. Nada más. Ronan es más fuerte y jamás caería por una humana tan insignificante y patética como tú. Mucho menos con tanto poder en juego. Isabelle se inclinó, su voz bajando a un susurro siseante. —Te rechazó porque su deber es más fuerte —sus palabras fueron dagas filosas—. Él elegirá nuestro tratado. Me elegirá a mí. Una marea de fuego líquido se deslizó bajo la piel de Seraphina. Fué un calor abrumador, más fuerte que su fiebre. Era una punzada irracional de celos. Este hombre la había humillado. Este hombre la mantenía prisionera. Esta mujer quería matarla. ¿Y aun así, la idea de Ronan eligiendo a Isabelle, de Ronan casándose con ella, de él poniendo sus manos fuertes sobre esa cintura perfecta, la enojaba? Era un dolor agudo, una traición. Su propio cuerpo la estaba traicionando. Seraphina odió a Isabelle por su belleza helada y su poder. Odió a Ronan por encender este fuego en ella solo para apagarlo con un rechazo helado. Y se odió a sí misma, odió su débil cuerpo humano que, incluso ahora, anhelaba al hombre que la había llamado Nada. Isabelle vió el conflicto y la rabia en su rostro, y su sonrisa se amplió, satisfecha. —Ahí está. Lo sientes, ¿verdad? Eres patética. Él nunca te elegirá. Tomará mi mano, y juntos, tendremos cachorros de sangre pura que gobernarán este territorio por mil años. «Cachorros» La palabra le robó el aliento. —No... —susurró Seraphina, retrocediendo un paso más, su espalda ahora presionada dolorosamente contra la repisa de la chimenea. —Estás temblando, pobrecita —dijo Isabelle con falsa simpatía—. Necesitas un poco de calor, ten… —le acercó la taza. Seraphina apartó la mirada del vapor, su mandíbula temblando de rabia y humillación. —No quiero nada de ti. La sonrisa de Isabelle desapareció. La máscara de diversión se quebró, revelando la furia asesina que había visto en el patio. —Oh, pero insistiré. Isabelle dio un paso adelante y tropezó en un movimiento deliberado y obvio. La taza de porcelana se inclinó y el té hirviendo se derramó sobre la mano de Seraphina. El dolor fue instantáneo y cegador. Seraphina gritó. Fué un sonido agudo, desgarrador, un chillido de pura agonía que rompió el silencio de la habitación. La porcelana se hizo añicos contra el suelo de piedra, y ella se agarró la mano contra el pecho, acunando la piel roja y ardiendo. En ese momento, la puerta se abrió. La imponente figura de Ronan llenó el umbral. Cruzó sus fuertes brazos sobre su pecho mientras una mirada severa recorría la escena. Sus iris grises eran una tormenta contenida y peligrosa. Su voz oscurecida y sombría, heló peligrosamente el aire dentro de la habitación. —Isabelle, ¿qué diablos has hecho?






