Mundo ficciónIniciar sesiónEl beso no fué un acto de amor, fué un cataclismo.
Seraphina se sintió disolver bajo el asalto de la boca de Ronan. No había gentileza en él, solo una voracidad desesperada que barría con cualquier pensamiento racional. Sus manos se aferraban a su cabello, tirando de él hacia abajo, mientras los brazos de acero de él la aplastaban contra su torso desnudo, borrando el aire entre ellos. Era fuego. Era la respuesta a todas las preguntas que su cuerpo había estado gritando desde la gala. El sabor de él era embriagador, una mezcla de menta, whisky y pura masculinidad oscura. Por un instante suspendido en el tiempo, en la penumbra de esa biblioteca antigua, no hubo manadas, ni prometidas de hielo. Solo había un hombre y una mujer, y una atracción tan violenta que amenazaba con derribar los cimientos de la mansión. Ella gimió contra sus labios, abriéndose a él, rindiéndose. Sintió el gruñido de él vibrar contra su boca, una respuesta animal que prometía más, que prometía todo... Y entonces, el hielo cayó. Ronan se arrancó de ella con una brusquedad que la hizo tambalearse. No se apartó suavemente, se lanzó hacia atrás como si el contacto físico con ella se hubiera vuelto repentinamente venenoso. Seraphina chocó contra el borde de la mesa de caoba, jadeando, sus labios hinchados y palpitantes, su cuerpo todavía cantando con la electricidad del momento. —Ronan... Él estaba de pie a dos metros de distancia, dándole la espalda. Su pecho desnudo subía y bajaba en grandes bocanadas de aire, los músculos de su espalda retorciéndose bajo la piel sudorosa. Se pasó una mano por el cabello negro, desordenándolo con violencia, y luego, con un gesto que rompió el corazón de Seraphina, se limpió la boca con el dorso de la mano. Como si quisiera borrarla. Como si su sabor fuera una mancha. —Esto... —su voz era ronca, irreconocible—. Esto no debió pasar. Seraphina sintió que la sangre se le helaba en las venas. La caída desde el éxtasis al rechazo fue tan brutal que le dio vértigo. —¿Cómo puedes decir eso? —susurró ella, la voz temblorosa—. Tú lo sentiste. Lo sientes ahora. No puedes negarlo. Ronan se giró lentamente. El hombre que la miró ya no era el amante desesperado. El ámbar fundido de sus ojos se había enfriado, endureciéndose hasta convertirse en dos discos de granito gris, impenetrables y muertos. La máscara del Alpha había vuelto, pero esta vez, estaba forjada con una crueldad nacida del autodesprecio. —Lo que yo sienta es irrelevante —dijo, cada palabra un bloque de hielo—. Soy un Alpha. No me gobierno por impulsos, Seraphina. Me gobierno por el deber. Caminó hacia la chimenea, poniendo distancia física y emocional entre ellos, recogiendo su camisa negra del suelo. Se la puso con movimientos mecánicos y precisos, ocultando la piel que ella acababa de tocar, blindándose de nuevo. —Fue un error. Un momento de debilidad. Nada más. —¿Debilidad? —Seraphina sintió que las lágrimas picaban en sus ojos, pero se negó a dejarlas caer. La humillación era peor que la del vestíbulo, porque esta vez, él le había dado esperanza antes de aplastarla—. Me besaste como si te estuvieras muriendo. Eso no es debilidad, Ronan. Él terminó de abotonarse la camisa y la miró. Su rostro era una estatua perfecta y terrible. —La verdad —dijo él suavemente— es que mañana por la noche, en este mismo salón, se anunciará oficialmente mi compromiso con Isabelle. El mundo de Seraphina se detuvo. —¿Qué? —El pacto se sellará. Uniremos nuestras manadas. Y yo la tomaré como mi compañera y mi esposa. La finalidad en su tono fue devastadora. No había duda, ni vacilación. Iba a hacerlo. Después de probarla a ella, después de marcarla, iba a unirse a la mujer que había intentado quemarla. —No puedes hacer eso, Ronan —susurró ella, sintiendo una punzada en el pecho antes la imagen de ellos juntos. —Ella es necesaria. Tú... —Ronan hizo una pausa, y por una fracción de segundo, Seraphina vio una grieta de dolor en sus ojos grises, pero la selló al instante—. Tú eres una distracción peligrosa. Una que no puedo permitirme. Caminó hacia la puerta de la biblioteca, su decisión tomada, su humanidad encerrada bajo llave. Seraphina se quedó allí, sintiéndose pequeña, usada y desechada. El dolor en su pecho era físico, una garra que apretaba sus pulmones. —Entonces déjame ir —dijo ella a su espalda—. Si no significo nada, si soy un error... déjame irme con Hunter. Déjanos desaparecer. Ronan se detuvo con la mano en el pomo de la puerta. No se giró. Sus hombros anchos se tensaron, la línea de su espalda rígida como una barra de hierro. —No. —¿Por qué? —gritó ella, la desesperación rompiendo su voz—. Si vas a casarte con ella, ¿por qué me torturas? Él giró la cabeza ligeramente, lo suficiente para que ella viera su perfil, afilado y cruel a la luz de la luna. —Porque necesito que el mundo lo vea. Necesito que la manada vea que he superado la... falla... de mi instinto. Necesito que vean que mi lealtad al pacto es absoluta. Se giró completamente entonces, y la mirada que le dirigió fue la más fría que jamás le había dado. No había odio, ni siquiera ira. Solo una indiferencia calculada que era mil veces peor. —Mañana por la noche se celebrará la gala de compromiso —dijo Ronan, su voz bajando a un susurro letal—. Y tú asistirás. Seraphina negó con la cabeza, retrocediendo. —No... no puedes obligarme a ver eso. —No es una invitación, Seraphina. Es una órden —dió un paso hacia ella, solo uno, pero fue suficiente para dominar la habitación—. Estarás allí. En primera fila. Vestida para la ocasión. Sus ojos grises brillaron con un destello de advertencia final. —Vas a estar allí para ver cómo le pongo el anillo a ella. Y vas a sonreír. Para que todos, incluidos tú y yo, entiendan de una vez por todas que no significas absolutamente nada para mí.






